22 de septiembre de 2011

De lo sutil y lo inasible

(...) Al cabo de unos minutos el médico se separa de Obtesov y se aleja, mientras que Obtesov vuelve. Una y otra vez pasa por delante de la botica... Tan pronto se detiene junto a la puerta como echa a andar otra vez. Por fin, suena el discreto tintineo de la campanilla (...)

Anton Chejov, La mujer del boticario


En el campo, en el verano, el día se incendia bajo el horizonte de la noche. La luna sube roja hacia el cielo y de a poco se transforma en una cara sedienta. En esos pueblos de dos o tres calles torcidas, definitivamente fuera de todas las ciudades, los pensamientos se escapan del cuerpo y se escuchan en la absoluta oscuridad, y hasta huelen a lumbre y a botica y adquieren el contorno de una silueta de mujer. Pero generalmente los pensamientos se esconden tras los visillos de algunas ventanas más allá, de cara a los arbustos, y se abandonan al susurro tras perder la lucha con la conciencia. Qué puede pensarse en voz alta en la desazón del campo a la madrugada. Una alegría erigida en la infamia por ejemplo, que baile silenciosa en el deseo de los desconocidos, que se apague en un lamento que aguarda el amanecer para abandonarse al olvido.
La melódica amargura de Chejov se traduce en una mínima esperanza irrenunciable. LA BOTICARIA, segunda pieza escrita y dirigida por Verónica McLoughlin, no es una mera lectura del cuento La mujer del boticario: es una mirada exquisita hacia un universo de familiar eternidad. McLoughlin traslada la acción al campo cercano, ese que podría estar aquí nomás, y aunque señala un tiempo que bien podría ser el presente, tiempo y espacio conducen a evidenciar el pulso que siempre late en el alma de los hombres, expuesto una vez decantada esa poesía hecha de luces sutiles y sonidos alejados y de espacios definidos en el imaginario de cada uno. Y no es nada más que sensibilidad porque en LA BOTICARIA también hay belleza estética: baste recordar una calle de pulida geometría para descubrir en ella la exaltada pasión de un momento inasible, que podría haberse perdido pero que McLoughlin toma entre sus dedos y luego lo deja volar.

LA BOTICARIA, dramaturgia de Verónica McLoughlin sobre el cuento La mujer del boticario, de Anton Chejov. Dirigida por Verónica McLoughlin. Producción: Marlene Nördlinger. Asistente de Dirección: Sonia Frickx. Escenografía y Vestuario: Gerardo Porión. Diseño de Luces: Matías Iaccarino, Carolina Rolandi. Diseño de Sonido y Música: Manuel Toyos. Intérpretes: Francisco Espinal, Marianela Iglesia, Mauricio Minetti. Teatro Anfitrión, Venezuela 3340. Domingos a las 18.30.