23 de febrero de 2016

The Oscar

La 88ª edición de los premios de Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood es quizás la que mejores películas tenga nominadas en muchos años aunque algunas nos gusten más que otras, como siempre pasa. Las dos que tienen mayor cantidad de nominaciones son las más desmesuradas (una es mejor que la otra, sin dudas), dos de ellas son disfrutablemente clásicas, dos hablan de manera directa y sin esconderse sobre la violación a la infancia, una más abreva en el lado más filoso de la sátira política, y la última francamente es tan bella como los ojos de su magistral protagonista. Este año si se pierden de ver alguna tal vez les queden las ganas de querer verla alguna vez, porque este año el Oscar vale la pena, cosa que es rara de decir en el siglo que corre. Aquí va una opinión de cada nominada a la Mejor Película, de menor a mayor.

EL RENACIDO (The Revenant; USA, 2015. Dirigida por Alejandro González Iñárritu. Escrita por Mark L. Smith y Alejandro González Iñárritu. Producida por Arnon Milchan, Steve Golin, Alejandro González Iñárritu, Mary Parent, Keith Redmon. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Montaje: Stephen Mirrione. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleason, Will Poulter. 156 minutos)
12 nominaciones: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor (Leonardo DiCaprio), Mejor Actor de Reparto (Tom Hardy), Mejor Diseño de Producción, Mejor Fotografía, Mejor Montaje, Mejor Vestuario, Mejor Maquillaje y Peluquería, Mejor Mezcla de Sonido, Mejor Edición de Sonido, Mejores Efectos Especiales.


Quizás EL RENACIDO sea una película de factura compleja y de estética -en algunos aspectos y en algunos momentos- irreprochable, pero eso no alcanza cuando se intenta compararla con filmes enormes de la historia del cine como leímos por ahí. Esos filmes enormes (pongamos dos casos, Andrei Rubliov, de Andrei Tarkovski, y The searchers, de John Ford) tienen una historia fuerte para contar y no hacen de esa historia fuerte el centro del relato; en ellas es más importante el apunte, el elemento que reconstruye el dibujo, el devenir que confirma la existencia de los personajes, y también una heterogénea búsqueda formal que impide al espectador formarse una idea única de lo que está viendo. En EL RENACIDO toda la película está amparada en un solo artilugio visual (el plano secuencia, las lentes de gran angular, la colorimetría que vira a la gelidez del panorama), y cuando llega el momento de profundizar la trama ya no hay nada que decir porque los personajes mostraron ambas caras de la moneda. La forma anula al contenido, y entonces el espectador bosteza y se va de la aventura y se queda observando algo que resulta ajeno a sus fantasías. Enorme pecado para una película donde los cazadores de pieles, las flechas de los indios, el ataque de un oso y los barrancos helados son su materia prima y la esencia de tanta buena literatura.

PUENTE DE ESPÍAS (Bridge of spies; USA, 2015. Dirigida por Steven Spielberg. Escrita por Joel y Ethan Coen y Matt Charman. Producida por Steven Spielberg, Mark Platt,  Kristie Makosco Krieger. Fotografía: Janusz Kaminski. Michael Kahn. Intérpretes: Tom Hanks, Mark Rylance, Alan Alda. 142 minutos)
6 nominaciones: Mejor Película, Mejor Actor de Reparto (Mark Rylance), Mejor Guión Original, Mejor Partitura Original, Mejor Mezcla de Sonido, Mejor Diseño de Producción.


Una de Spielberg con guión de los hermanos Coen podría haberse convertido en casi una obra maestra a la vieja usanza (bueno, los años ’70 ya están quedando lejos y nos vamos poniendo viejos aunque no nos demos cuenta), pero aunque Spielberg relata su historia con brío esta vez no profundiza demasiado ni le encuentra aristas novedosas al asunto de la Cortina de Hierro. La película es fantástica en todo lo que remite a sus cualidades formales, pero es en eso mismo en donde falla. En Caballo de guerra Spielberg elaboraba una fantasmagórica trinchera donde la anécdota del caballo que se impone a su destino resultaba no solamente verosímil sino también emocionante. Aquí el intercambio de espías no funciona como en aquellas películas de la Guerra Fría, a lo mejor porque la reconstrucción de un mundo que ya no existe se queda en la maqueta fotográfica de la Historia cuando hubiera sido conveniente alterarla en beneficio del suspenso.

LA GRAN APUESTA (The big short; USA, 2015. Dirigida por Adam McKay. Escrita por Charles Randolph y Adam McKay. Producida por Brad Pitt, Dede Gardner, Jeremy Kleiner. Fotografía: Barry Ackoyd. Montaje: Hank Corwin. Intérpretes: Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling, Brad Pitt, Marisa Tomei. 130 minutos)
5 nominaciones: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor de Reparto (Christian Bale), Mejor Guión Adaptado, Mejor Montaje.


LA GRAN APUESTA tiene mejores chances cuando le da permiso a la parodia desbocada de los hechos reales que cuando apuesta por los costados dramáticos que no necesita ni siquiera como marco para del devenir de los personajes. De texto inteligente y farragoso, con intenciones de salirse de la norma y por momentos lográndolo (cuando explica la gran timba de la realidad con gente real que no se adecua a ella en nuestro imaginario, por ejemplo), luego de verla queda la sensación de conocer la burbuja que desató la gran crisis económica en la primera década de este siglo en los Estados Unidos, pero también la sensación de localía que desbarata la denuncia, esa sensación de que aquí la pasamos peor y que podríamos decir mucho más al respecto.

LA HABITACIÓN (Room; Irlanda/Canadá, 2015. Dirigida por Lenny Abrahamson. Escrita por Emma Donoghue. Producida por Ed Guiney. Fotografía: Danny Cohen. Montaje: Nathan Nugent. Intérpretes: Brie Larson, Jacob Tremblay, Joan Allen, William H. Macy. 118 minutos)
4 nominaciones: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz (Brie Larson), Mejor Guión Adaptado.


Lo que redime del cine exploitation a LA HABITACIÓN es la mirada infantil de Jack, el chico de cinco años que ignora la brutalidad de su origen y la sordidez del mundo en el que vive junto a Ma, esa mujer de adolescencia trunca y de existencia sesgada para toda la vida. Jack es el narrador de esta historia (el mismo recurso se parece, peligrosamente, al que utiliza otra película de existencia sesgada y personalidad escindida como la maravillosa La vida es una eterna ilusión, de Jaco van Dormael) y lo que en principio puede parecer un acierto, como señalábamos antes, con el correr del metraje descubrimos que la película utiliza la inocencia para enmascarar los hechos y no investigar por qué se producen. En ese sentido es notable la escena en la cual el padre de Ma rechaza al chico; es notable no por lo terrible del hecho (que un abuelo rechace a su nieto por ser fruto de una violación) sino porque queda prístinamente en relieve el juicio moral que lleva adelante LA HABITACIÓN: el no soportar de qué forma está hecha la verdad saca al abuelo de la pantalla, y con su salida se va la posibilidad de bucear en lo colectivo a través de un mundo individual. Que Jack quiera volver a la habitación donde empezó su vida no alcanza para abrir una ventana, sino para cerrarla definitivamente.

MISIÓN RESCATE (The martian; USA, 2015. Dirigida por Ridley Scott. Escrita por Drew Goddard. Producida por Simon Kinberg, Ridley Scott, Michael Schaefer, Mark Huffam. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Pietro Scalia. Intérpretes: Matt Damon, Jessica Chastain, Chiwetel Ejiofor, Jeff Daniels, Kristen Wiig. 144 minutos)
7 nominaciones: Mejor Película, Mejor Actor (Matt Damon), Mejor Guión Adaptado, Mejor Diseño de Producción, Mejores Efectos Visuales, Mejor Edición de Sonido, Mejor Mezcla de Sonido.


El astronauta Mark Watney queda varado en Marte luego de una tormenta furiosa (una furiosa tormenta marciana) y por los próximos meses, años tal vez, no podrá volver a la tierra y se quedará ahí solo en el planeta rojo. Sus compañeros creen que está muerto, y él sabe que eso deben pensar ellos, así que en los próximos meses, años tal vez, Watney deberá aguzar el ingenio para comunicarse con la Tierra. Y alimentarse cuando escaseen los alimentos. Y administrar el aire. Y cuidarse de nuevas tormentas. Ridley Scott, el mismo de Alien, el octavo pasajero, encuentra con MISIÓN RESCATE otra manera de enfrentar la supervivencia, quizás menos truculenta que la del invasor de otro mundo pero que también enfrenta el horror al vacío de la existencia. La película es muy divertida además, y si algo se extraña es que no sea más larga para que Watney (Matt Damon, fantástico) tenga mayores posibilidades de pensar y meditar sobre cómo puede volver orgánica esa tierra alienígena. Lo resuelve con absoluta pericia, pero pareciera que en el cine de Hollywood (en otros también, pero a lo mejor se podrían plantear hacerlo) pensar o leer frente a cámara es una pérdida de tiempo. Es el único punto flojo de esta disfrutable y por momentos honda reflexión sobre la vida en tiempos revueltos.

EN PRIMERA PLANA (Spotlight; USA, 2015. Dirigida por Tom McCarthy. Escrita por Tom McCarthy y Josh Singer. Producida por Michael Sugar, Steve Golin, Nicole Rocklin, Blye Pagon Faust. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Montaje: Tom McArdle. Intérpretes: Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian D’Arcy James. 128 minutos)
6 nominaciones: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor de Reparto (Mark Ruffalo), Mejor Actriz de Reparto (Rachel McAdams), Mejor Guión Original, Mejor Montaje.


El equipo de Spotlight, la sección de investigación del “Boston Globe”, descubre que la iglesia católica esconde el crimen que varios sacerdotes de su orden cometieron contra los niños de sus parroquias. Varios significa que pueden ser cientos, que la pedofilia sea una práctica usual en la congregación desde siempre, que es una cuestión conocida entre los feligreses y hasta tolerada por la política. Es un escándalo mayúsculo, pero el equipo de Spotlight no puede –ni debe- dar a conocer la información sin estar convencido de la veracidad de lo que va a acusar. Y en esto radica el mérito de EN PRIMERA PLANA, en mostrarnos el avance de la investigación y en cómo repercute cada noticia en el ánimo de los periodistas, en los tiempos muertos donde calmar el desborde, en el trabajo que lleva obtener una primicia y en la responsabilidad que implica darla a conocer. Esta es una película sin héroes ni villanos; probablemente esté poblada por gente hipócrita o equivocada que pugna por sostener el statu quo en el cual se conformó como sociedad, statu quo que tarde o temprano se derrumba por el peso de la verdad, o de la burocracia.

MAD MAX - FURIA EN EL CAMINO (Mad Max: Fury road; Australia/USA, 2015. Dirigida por George Miller. Escrita por George Miller y Brendan McCarthy. Producida por Doug Mitchell, George Miller. Fotografía: John Seale. Montaje: Margaret Sixel. Intérpretes: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne. 120 minutos)
10 nominaciones: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejor Montaje, Mejor Vestuario, Mejor Maquillaje y Peluquería, Mejor Diseño de Producción, Mejores Efectos Visuales, Mejor Edición de Sonido, Mejor Mezcla de Sonido.


Estamos en el futuro, no sabemos si cercano o lejano. El mundo conocido fue tomado por algunos que lo dominan geográfica y demográficamente, y que limitan la existencia de los otros a esperar a que les sirvan agua desde la torre del poder. Max Rockatansky, que alguna vez fue un resistente a estos cambios, ahora está tan loco que es incapaz de sentir dolor. Todos están locos en ese mundo construido sobre la basura de la Historia: Max, Imperator Furiosa y sus ansias de escapar de allí, las vestales de Immortan Joe, los kamikazes que aspiran al valhalla inconcientes de su humanidad con Nux como referente y traidor, las amazonas del desierto… ¿La opción es emigrar del infierno para aspirar al purgatorio?  MAD MAX - FURY ROAD es una película extraordinaria. Su historia puede observarse desde la más rancia fantasía o desde ciertos aspectos de la realpolitik, o bien desde los escombros del existencialismo o de las más atávicas aristas religiosas. Pero eso no interesa a la hora de observar cada imagen y observar cómo transcurre el tiempo en ellas (¡sí, el tiempo no está escindido en cada cuadro!), y cómo el color no es un mero acompañamiento estético de la historia sino que crea su propio sentido a partir de la pregnancia de su temperatura. Es una obra de arte, sin dudas, lo que no significa que sea una obra maestra. Y eso quizás no importe en absoluto.

BROOKLYN (Irlanda/Reino Unido/Canadá, 2015. Dirigida por John Crowley. Escrita por Nick Hornby. Producida por Finola Dwyer, Amanda Posey. Fotografía: Yves Bélanger. Montaje: Jake Roberts. Intérpretes: Saoirse Ronan, Emory Cohen, Domhnall Gleeson, Jim Broadbent, Julie Walters. 111 minutos)
3 nominaciones: Mejor Película, Mejor Actriz, Mejor Guión Adaptado.


Irlanda, a mediados de los años ’50. Eilis Lacey sobrevive como dependiente de una panadería con ínfulas de boulangerie, la tienda de ramos generales de Miss Kelly, donde los pobres no son bienvenidos, los ricos si a gatas pueden sostenerlo, y los chismes corren como moneda de trueque. Eilis no tiene futuro en ese pueblo de luces menguantes que atraviesan sus calles breves; su hermana Rose lo comprende primero que ella y la embarca en la única opción posible, emigrar, a los Estados Unidos, a Nueva York, a Brooklyn. Así, tan lejos. Tan joven e inexperta que es Eilis, tan frágil, tan ancho que es el mar ahí cerca de la costa, tan inconmensurable e inconmovible que se la tragará. Pero no. Eilis llega a puerto. Siempre hay alguien que habrá de cuidarte en la travesía, alguien que ya pasó por lo que vas a pasar por vez primera. Y no estará tan lejos, promete escribir a diario para que mamá y Rose no estén solas. Y comienza a trabajar en una tienda por departamentos donde la tristeza aflora con intensidad a través de sus ojos desnudos. Y aunque el padre Flood la impulse a estudiar contabilidad la tristeza y la soledad se adueñan de cada uno de los días que dura acostumbrarse a echar nuevas raíces. Hay otras chicas en la pensión de Mrs. Keogh, no tan distintas a ella, acostumbradas a los bailes para irlandeses en la iglesia del padre Flood, bailes donde se conocen muchachos irlandeses tan solos como Eillis, o donde un muchacho italiano que gusta de las pelirrojas se cuela y resulta la compañía adecuada, aquella que podrá atraerla otra vez a una familia, aquella que le arranque una sonrisa y le demuestre que aún el crudo invierno neoyorkino puede darle otra oportunidad si la primera cita es un desastre, más aún si van al cine a ver “Cantando bajo la lluvia” y la noche luminosa invita a caminar por el parque. Nada más cercano a la felicidad, tal vez la primera ocasión en la que Eilis sienta que es dueña de su vida y se anime a entrar al mar en Coney Island, con su malla verde nueva y su mujer recién estrenada. Y luego otra vez la tristeza, inexorable, allende el océano, y el amor que Tony y Eilis se prometen, o se juran. Y una vuelta a Irlanda que descubre que ya no es la misma chica que se fue envuelta en la neblina; ahora es una mujer que resuelve los asuntos que se le cruzan con absoluta decisión, así se confunda y sienta que al volver una nueva vida empieza en casa, lo que tal vez sea imposible si ya se le partió el corazón en dos. 
BROOKLYN es una de esas películas que aparecen de tanto en tanto, una que quizás sin proponérselo se convierte en inolvidable para los que no pase inadvertida, una que invita a pensar que las grandes historias son las que presentan frente a la cámara la metamorfosis de un personaje sin que advirtamos el derrotero de su crecimiento, de su adquisición de sabiduría. Y BROOKLYN también es una película épica porque revisa la epopeya de la clase trabajadora de aquellos tiempos aún cercanos, esa que se vio forzada a buscar un horizonte venturoso en otras latitudes, la que se llevó la vida de tantos que ni siquiera se asomaron a un día feliz hasta la muerte. Y John Crowley narra, sin imprimir velocidad, el vértigo en el espíritu de Eilis, esa niña que se transforma en mujer no por el amor de un hombre sino por su propio albedrío, por su silenciosa rebeldía hacia el dolor que impone el desarraigo. Y cuando Crowley le abra el juego al color, cuando Eilis se vuelva delicada y respetuosamente mundana, la película cobra tal vitalidad y emoción que el espectador llega a sentir tal empatía con el personaje que hasta si quiere podrá relacionarlo con la juventud de alguna de las mujeres de la propia familia, aquellas que en tiempos duros supieron ubicarse en cierto lugar del mundo para abrirle paso al duro trabajo de ofrecerle más vida a la propia existencia. Sí, así es BROOKLYN, tan minuciosamente bien escrita por Nick Hornby a partir del libro de Cólm Toibín que nadie habrá de sentirse ajeno a la actitud de sus criaturas, que en el fondo son lo más parecido a nosotros mismos que nos haya dado el cine ahí donde estemos, así sea en otro tiempo y en otra realidad. Gran parte del mérito de esta obra se debe a la actuación prodigiosa de Saoirse Ronan como Eilis. Ronan, a los 21 años, es capaz de expresar a través de sus ojos el mundo perdido y el universo encontrado en la cubierta del barco, la aflicción por la muerte de la infancia y la dicha por descubrir que aún sueña en la vigilia; y es capaz de articular en un silencio sin gestos cómo rompe el mar contra la costa para luego besar la playa. Es muy difícil describir qué se siente al ver su rostro hermoso en la pantalla, sus ojos color cielo que alumbran la oscuridad del cine. Tal vez pueda expresarse que como otros rostros en la historia de Hollywood el de Saoirse represente una época que tarde o temprano será lejana, y que alguien cuando la vea la recordará con esa nostalgia típica de saberse humano en el ubicuo mundo de las sombras proyectadas.

15 de febrero de 2016

Darse cuenta


Mirá que Ariel va a ser tan potz de bajarse del Mercedes en el JFK, subirse al avión después de buscar un par de zapatillas 46 con velcro para el pibe que le tienen que cambiar una válvula del marote, y quedarse para siempre en el Once, en la fundi de Usher. Ni que fuera una shikse. Hoy su vida es otra: él es economista, tiene una mujer bailarina, piensa tener hijos en los Estados Unidos, quiere echar raíces lejos de casa. Total, lo indispensable es que a uno lo acompañen día a día, no importa si es acá o allá, si te planchan el guardapolvo y la escarapela para el acto del día de la bandera o si te sirven la merienda con galletitas y dulce de leche. Ariel bien podría haberse casado en Nueva York y ni siquiera presentarle a Mónica, su novia, a Usher, pero él no es tan abandónico como su padre, ni tan extorsionador como para dejarle a mano las “Eroticón" de principios de los '90 en esa habitación que no cambió ni un milímetro de su apariencia adolescente, ni siquiera debajo de la almohada. Tatele, grandísimo trombenik, bien podrías venir a ver a tu hijo en lugar de someterlo a los doce trabajos de Hercules vía celular. ¿Qué querés, cobrarte la distancia que vos impusiste por ayudar a los demás y nunca estar del todo para ellos? ¿Y qué eran mamá y Ariel para vos? ¿Puro pushke en tu existencia? 
¿Será cierto Usher que no te cortaste el pelo por esperar la vuelta de Ariel, y que te quedaste pelado esperándolo?
¿Puede entenderse EL REY DEL ONCE a partir de la universalidad de su anécdota? Por supuesto que sí, pero si esta es la mejor película de Daniel Burman hasta la fecha no se debe tan sólo a la progresión dramática de su historia: el rito judio de cada día no es folclore sino iniciación, y para el espectador no avisado (ni avezado en el ritual) el sentido habrá de cambiar cuando descubra, mucho después de la proyección, que las cintas de cuero del tefilim sirven para poner en armonía intelecto y corazón. Porque de eso se trata EL REY DEL ONCE, de poner en claro que una comunidad puede ser feliz cuando cada individuo se anima al compromiso hacia el otro, así sea comer juntos sin conocernos o pasar la noche en vela cuando alguien está enfermo y necesita de nuestra compañía. En ese aspecto EL REY DEL ONCE tiene algunas escenas que dejan rebotando ideas distintas a las que traíamos antes de sentarnos en la platea del cine. Por ejemplo está esa con Mumi Singer, la travesti que quiere completar el mandato familiar con su ceremonia de bar mitzvá; para hacerlo se necesita un rabino que pueda hacerles el favor de no fijarse en cómo va vestido uno, un rabino como ese que tiene un embargo y que un cheque bien podría levantar. En esta escena Ariel toma posesión del lugar del padre detrás del escritorio en la oficina de la fundación, el lugar del padre así no tenga hijos todavía, ni propios ni ajenos, y puede exigir el cambio de remito a factura para que el capitalismo sea más humano. Dicen que favor con favor se paga, nada mejor que prometer a diferencia un ojo por ojo, diente por diente.
Como las galerías de la calle Corrientes, en EL REY DEL ONCE hay al menos cuatro personajes que crean una bien surtida galería de paradigmas de cierta tanguera porteñidad: Eva, la chica religiosa que no esconde nada, que nada más no expresa lo que no debe nombrar; Mamuñe, el carnicero, un comuñe de este tamaño que andá a echarle una mirada torva pero que tiene su por qué de rencor adolorido; Usher, el titular de la fundación de socorros mutuos, el padre de Ariel, el rey del Once, esa especie de Gandalf de Larrea y Lavalle mezclado con el doctor Tangalanga que siempre sabe muy bien por qué hace cada cosa que hace; y Ariel, el hijo de Usher, un muchacho grande que no es mucho más alto que algunos de esos pilotes que protegen la sinagoga después de los atentados, tan asombrado como aturdido, tan ajeno como indispensable, tan confuso como diáfano (a quien Alan Sabbagh transforma además en un sujeto entrañable). Pero también podemos nombrar a Hércules, el todoterreno sobre el que descansa la ingeniería desmañada de la fundación; la tía Susy, que puede limpiarte la casa, prescribirte un Rivotril y al mismo tiempo echar en cara tu egoísmo; las chicas de la fundación, tan gauchitas aunque estén viejas; los religiosos del templo, que te preparan para la tevilá más alegre de tu vida en la mikvé que quizás nunca habías visitado; Mónica, la novia errante que prefiere que la sostengan en el aire antes que dar pasos por el suelo; y Marcelito Cohen, el décimo hombre. El registro de Burman gana empatía cuanto más desprolijo se vuelve, cuando recorre esas calles que quizás conozcamos de sobra y que nos ven pasar sin ser protagonistas, ni siquiera cuando nos roban la valija o el celular o nos vamos a comprar zapatos a “La Babel”, y cuando se ordena, cuando Ariel balbucea yo voy y después lo afirma con toda seguridad, dándose a sí mismo la certeza de que ya vino del todo, descubrimos con profunda emoción que al fin y al cabo darse cuenta de qué significa vivir es aceptar el amor del otro, el amor de nuestro padre, por qué no el amor de Di-s, en una ciudad donde existimos nosotros y los colores del Purim y el sol que es el mismo para todos.

EL REY DEL ONCE (Argentina, 2016). Escrita y dirigida por Daniel Burman. Producida por Diego Dubcovsky, Daniel Burman, Axel Kuschevatzky, Bárbara Francisco. Fotografía: Daniel Ortega. Sonido: Catriel Vildosola. Montaje: Andrés Tambornino. Intérpretes: Alan Sabbagh, Julieta Zylberberg, Usher, Elvira Onetto, Adrián Stoppelman, Elisa Carricajo, Dan Breitman. 81 minutos.