19 de junio de 2019

La bestia nel cuore

A veces a uno le pasan cosas ciertas cosas con el arte. A lo mejor va a ciertos restaurantes y en algún rinconcito del salón hay una tarima con un piano. Uno quizás sienta miedo de notarse invadido por la música mientras come, aunque uno debe reconocer que ese miedo que habrá de sentir será el miedo a que afloren los sentimientos que la música le genere frente al resto de los comensales. Uno no se reconoce en esas situaciones, se siente como un endriago temeroso. Y también, por lo general, como esos restaurantes tienen las paredes forradas en madera, muchas botellas en los estantes altos, manteles de tela a cuadros y los platos blancos y pulidos por el uso, como los de casa, uno se sienta en su propio hogar. En esos restaurantes huelga decir que la comida siempre es sustanciosa, y que uno lamenta que su casa esté lejos porque durante el viaje de vuelta se disipa la nostalgia de esa noche fría de invierno en la que, durante la cena, uno reconoció en la melodía del piano un silbido de domingo a la mañana, y uno quiere, necesita, que la nostalgia y que la música duren hasta que uno se duerma.
Imaginen entonces una sala de teatro para mil espectadores con un pianista solo en el escenario que evoca melodías familiares, incorporándole a esas melodías disonancias de su propia invención y compases nuevos como descargas eléctricas que la propia música le provocan en el cuerpo en ese mismo instante. Sí, claro, la sala de teatro se convierte por obra y gracia del ritmo en uno de esos restaurantes donde la buena comida es el sonido, donde el pianista toca el piano para uno solo, para uno mismo, y a uno las emociones le hacen cosquillas en la garganta y en los ojos como la magdalena de Proust y ciertos recuerdos. El pianista logra algo en estos casos que no todos los pianistas son capaces de lograr: que la música sea un desfile de imágenes que se proyectan a través de sus manos, que no parecen dos ni parecen responder a la misma persona. Por supuesto que uno se olvida de que está en un teatro; entonces uno está donde se siente más cómodo, quizás entre los inefables monstruos bebop que le vigilan el sueño. Uno se siente así escuchándolo a Stefano Bollani (Milán, Italia, 5 de diciembre de 1972), que con su cola de rulos grises atados firmente a la nuca y las dos manos repletas de música, tiene una bestia en el corazón que no es más que un niño que se calma cuando escucha Reginella silbada por su papá.


BOLLANI PIANO SOLO. Presentación del pianista italiano Stefano Bollani en el marco del ciclo Italia in Scena. Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, 18 de junio de 2019.

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