23 de julio de 2019

Lo que vendrá


Foto CTBA/Carlos Furman

El porvenir es lo que vendrá. Lo que se desconoce aunque se imagine, lo que se le escabulle a la experiencia, lo inaudito. Ese barro resbaloso por el que nos deslizaremos tarde o temprano y en el que nos habremos de disolver. El porvenir es el futuro. Y si en un futuro próximo o lejano todos nos vamos a morir, ¿significa que el futuro es la muerte? ¿La muerte es el porvenir que nos espera? ¿Tan fatal es el porvenir?
No. No es que sea fatal el porvenir. Es inevitable. El porvenir, en concepto, es muy similar al destino, aunque el destino no sea tan lineal. Mientras que el porvenir nunca deja de estar allá adelante, el destino se dispara hacia todas direcciones. El destino es lo que dicen los dioses a su albedrío. Es cierto que a algunas personas los dioses les dicen las cosas a los gritos, y así les va. Esa pobre gente que tiene un destino a voz en cuello no la pasa para nada bien. Sin embargo, si alguien advierte el primer alarido de su fortuna aviesa, quizás deba quedarse tranquilo. Quedarse quietito. Tentar a la suerte y esperar que se ponga de su lado. A veces pasa que la suerte se pone de nuestro lado.
Eso le ocurre a la mujer que naufraga en un crucero y aguanta la respiración hasta el límite de lo posible. Pero no le pasa a la elegida que no supo torcer una de las vías que le evitara el paralelo infinito. ¿Y a esa a quien las probabilidades inevitablemente se la llevarán puesta? El porvenir, entonces, es un universo cada vez más grande, cada vez más extraño, cada vez más ridículo. El porvenir es el silencio detrás del ruido y la furia. El porvenir siempre llega, y se parece tantísimo al final de los cuentos que cuando terminan, bien podrían continuar.
Es cierto que EL PORVENIR (CUENTOS COREOGRÁFICOS) se parezca mucho al gracioso desdén de Silvina Ocampo y a las fantasías musicales de Felisberto Hernández, y que los tres cuentos que componen el espectáculo –El presagio, La elegida, La probabilidad- incluso invoquen el tan amplio cosmos del cine. Sin embargo agotar esta pieza en relaciones interpretativas es restarle posibilidades al deslumbramiento. Porque la música, la palabra y el movimiento, cuando eligen ese destino que se expande sin límites, no pueden menos que deslumbrar incluso hasta a los más incrédulos. Este es un espectáculo deslumbrante porque, además de hacer bailar al intelecto, desafía los géneros establecidos al desplazarse entre ellos con la impunidad de un niño. Sí, claro. EL PORVENIR (CUENTOS COREOGRÁFICOS) es un espectáculo donde, por ejemplo, los barcos zozobran y la gente nada para salvarse, lo que también resulta muy divertido. Y si es divertido se debe a que la puesta en escena de Eleonora Comelli administra con maestría no solo los recursos de María Merlino como actriz, de Zypce como músico, de las coreografías que comparte con Gabriel Contreras y de los cuerpos de los bailarines del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. También administra un recurso que a veces se olvida y que después es muy difícil de recuperar: el del presente que se esfuma en esa voltereta que reinventa el teatro cada vez que hay función. Porque el porvenir no existe si no se lo invoca hoy, cuando estamos tan vivos que viviremos para siempre.


EL PORVENIR (CUENTOS COREOGRÁFICOS). Dramaturgia y dirección: Eleonora Comelli. Coreografía: Gabriel Contreras y Eleonora Comelli. Diseño musical, diseño sonoro, música original y músico en escena: Zypce. Diseño de iluminación: David Seldes. Diseño de escenografía: Gonzalo Córdoba Estevez. Diseño de vestuario: Paula Molina. Diseño y edición de video: Federico Lamas y Johana Wilhelm. Intérpretes: Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Duración: 75 minutos. Martes a las 20; jueves, sábados y domingos a las 15. Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Hasta el 18 de agosto.

8 de julio de 2019

El alma que canta



Don Mario tiene el departamento hecho un estropicio y quizás porque las pulgas le muerden el cuello, acepta el teléfono de la señora que le recomiendan Rolo y Cristina para que vaya a limpiarle la casa una vez a la semana. No más que una vez a la semana, no necesita tanto arreglo la casa, que le sirva de ayuda la señora, y con eso tira. Con decir que se inventó dos banquetas echas con diarios viejos atados con hilo sisal para cuando van los amigos a tomar el vermut y que de seguro juntan bichos, para que el panorama quede bien claro: don Mario es un hombre que vive solo. Vive solo, y está solo, porque enviudó hace mucho y Manuel, el hijo, se fue a vivir lejos. Así es como Azucena, la señora que limpia en casa de Alicia, la pariente de Rolo y Cristina, viaja desde la otra punta del oeste hasta La Paternal para dejarle hecho un chiche el departamento a don Mario. Claro, por la forma en que Azucena lo mira, el departamento igualmente es un chiche abollado, pero se hace lo que se puede. Es muy linda Azucena; tiene esa mirada escondida detrás de los ojos que quizás la hagan parecer hosca, pero no, no está escondida en ninguna parte. A lo mejor está triste y no es otra cosa más que eso. Es la vida, así de clarito lo dice Azucena en un momento determinado. Es la vida. Aunque cómo es la vida. Cómo es la vida en cierto momento en el que tanto cuesta recular en chancletas para esperar hasta el martes.
Son aquellas pequeñas cosas, esas que van de lo cursi a lo sublime, las que habremos de recordar cuando haya que vaciar la estantería. Desbrozado de banalidades el recuerdo queda suspendido en un lecho de canciones, que para algunos serán esas canciones profundas con letras comprometidas y melodías elaboradas que marcaron una época y que en esta nadie recuerda, o aquellas otras que hacen el ridículo hasta desgarrarse, pero cuyos temas derivados de la pasión de amor, del no amor, del amorcito, permanecen indelebles en el espíritu como el placer y la culpa. Don Mario y Azucena, pues, coinciden en algo: a los dos les gusta aquella música popular que denostaba una buena parte de la sociedad, y que la otra parte consumía como la vida verdadera. Don Mario y Azucena no necesitaron de la posmodernidad para valorar esas letras que dicen me canso de ser en tu vida solamente una amante, porque no importaba la letra cuando ellos eran jóvenes, importaba que así fuera la vida. Es la vida, sí, cómo no va a ser la vida. Esas eran canciones que reflejaban el modelo último orejón del tarro, que indicaban que no había que pisarle la cola a aquel bicho que no conocieras, que sarna con gusto, no pica. Y que a amor y fortuna, resistencia ninguna, porque amor pobre y leña verde arden cuando hay ocasión. En la época de esas canciones, justamente, el amor escaseaba. Acá, allá y en todas partes. 
HASTA EL MARTES habla de esta época. Y de la que vivimos ahora, que también es la nuestra aunque no la sintamos parte de nosotros. Mejor dicho, lo dice entre líneas, a través de las voces de Leonardo Favio o de Ángela Carrasco, de los cantantes de una banda tributo, o de un locutor de una radio barrial que se escucha apenas en unas manzanas a la redonda. Es una pieza que no se oculta pero que no se revela hasta el final, que no es complaciente aunque verla sea tan reconfortante, que hace universal lo íntimo, que se resiste a morir porque la sostiene la memoria. Y que se olvida de la realidad porque también son reales los sueños que uno sueña con un coñac encima o con una canción agazapada en la garganta. Y luego de verla, uno no puede más que imaginarse que Azucena y don Mario están vivos, que Azucena y don Mario son Karina Antonelli y Mauricio Minetti, esa mujer que viaja en tren desde Moreno y ese hombre que atiende el service de electrodomésticos de allá a la vuelta, personajes fruto de la observación aguda del gesto mínimo y de la palabra exacta, y que Verónica McLoughlin conoce no por ser contemporánea a ellos sino porque, seguramente, tiene un alma como la suya. Porque el alma de sus textos comprende el sufrimiento y, sin decir nada aunque lo dice todo con su mirada, anima la vida de la gente.

HASTA EL MARTES. Escrita y dirigida por Verónica McLoughlin. Escenografía: Emiliano Pandelo. Vestuario: Luciana Monteleone. Sonido: Nicolás Diab. Iluminación: Lucas Orchessi. Fotografía: Lina Etchesuri. Asistencia de dirección y producción: Felicitas Oliden. Intérpretes: Karina Antonelli, Mauricio Minetti. 70 minutos. Domingos a las 17 en Vera Vera, Vera 108.