20 de septiembre de 2010

Sobre cómo aprovechar los apagones para secarse las lágrimas

MALAS PALABRAS es una pieza para niños mayores de 7 años; eso indica que uno de 42 está plenamente habilitado para verla. Cuenta la historia de una mujer, Flor, que en cierto momento de su infancia recibe la noticia de que es adoptada, noticia que le refieren sus padres, hoy un pañuelo bordado, su madre, y un par de anteojos de marco grueso, su padre, a instancias de su tía, un abanico, después de una cena que fue un puré de nervios y tras la infructuosa búsqueda de fotos de cuando Flor era bebé. Tras permanecer encerrada en su habitación durante varios días su amigo el Pelos, en la actualidad un broche fucsia peludo para recogerse el pelo las nenas, le pregunta a Flor si su madre le da besos antes de irse a dormir y si su padre la ayuda con las multiplicaciones dificultosas, a lo que Flor no le queda otra salida más que asentir y dejar de ser pertinaz respecto de su postura de niña herida refugiada en la azotea de sus pensamientos, cuestión que el Pelos remata diciéndole que qué suerte que le tocaron esos padres y no los de Benítez, el vecino de enfrente que siempre está en penitencia porque se porta mal y sus padres le pegan. Luego Flor comprende que no es tan malo ser adoptado y se recibe de escritora porque su papá le dejó como herencia el amor por las palabras y su mamá un puñado de canciones.
El gran problema con los espectáculos infantiles bien hechos es que uno se olvida de su edad y se pone a disfrutar del espectáculo sin culpas, hasta que descubre que hace mucho se olvidó de ser hijo porque se transformó en un hombre con problemas, y aunque haya formado familia tiene que seleccionar muy bien a quién hacerle comentarios sobre la obra porque ciertas cosas no queda bien decirlas en voz alta para no ser malinterpretado. Y si no formó familia quizás le quede algún amigo invisible a quien evocar para hablarle de Flor y el Pelos antes de dormir, por ejemplo, aunque no sea lo más recomendable hablarle a un amigo invisible porque generalmente no responden. Y además el gran problema con los espectáculos infantiles bien hechos es que, lamentablemente, uno sale de verlos con ganas de ser más bueno, y la experiencia indica que nadie puede ser más bueno porque vio una obra de teatro. Es una pena, pero es así. Entonces maldice hasta quedarse tranquilo con esas palabras que lleva guardadas adentro y no recuerda cuál es su significado, porque según Flor las únicas palabras malas son las que no se dicen, y ella que es escritora debe saber muy bien por qué.
Este es uno de esos espectáculos bien hechos. Mínimo, porque no hace falta demasiado alambique para hablarle a los niños de tú a tú; bastan una alfombra, una mesa, algunos objetos, unos cajoncitos, unos anaqueles como pequeñas ventanas y una actriz que más que jugar o prestarse al juego que propone el texto se deja ser niña con la voz, el cuerpo y el espíritu. Haydeé Boetto es esa actriz, mexicana, aunque su Flor podría lucir en la maceta de cualquier balcón, aquí a la vuelta. Perla Szuchmacher, la autora y directora de MALAS PALABRAS, falleció este año en México, su patria por adopción. Qué bueno que nos quede esta obra en la memoria a los que no la conocimos antes; la vida suele ser breve, pero la memoria traspasa el tiempo.
Y si uno se emocionó mucho después de verla y siente vergüenza por haber llorado, una sugerencia: nadie lo mira mientras la obra está en el escenario y durante el apagón final tampoco, así que uno puede dejarse llevar por la emoción genuina y aprovechar ese apagón para secarse las lágrimas. No se vuelve a ser chico todos los días, no señor.

MALAS PALABRAS
, de y dirigida por Perla Szuchmacher. Música original: Mariano Cossa. Letra de canciones: Antonio Machado. Escenografía: Macedonio Cervantes. Intérprete: Haydeé Boetto. Última función domingo 26 de septiembre a las 17. ElKafka, Lambaré 866. 4862-5439

17 de septiembre de 2010

Sobre la melodía del amor

(…) Mi destino lo ordenaba: yo estaba allí para que todos se dieran cuenta de la mugre que eran y de la mugre en que vivían. Un día todos dejarían de burlarse de mí y un día todos se mirarían al espejo y un día yo les haría dar cuenta de que sus tristes vidas estaban condenadas a morir en un pozo en el medio del campo, y un día yo les demostraría que no eran nada, que no servían para nada, y un día yo los pisaría a todos, pondría rótulos en las espaldas de todos y reiría como una bruja triunfante sobre toda aquella escoria. Eso solo sirvió para que yo me diera cuenta de que un día yo les ganaría a todos; un día yo sería Miss Tacuarembó.

Sesenta, Miss Tacuarembó, Dani Umpi. Editorial Interzona, Buenos Aires, 2007

En 2004 Dani Umpi publica Miss Tacuarembó, una novela que, más allá de la película cuyo comentario nos ocupa, está llamada a ser referencia literaria de una época (esta, o la de hace apenas un ratito). En Miss Tacuarembó Umpi crea un personaje que se moldea en base a clichés de la cultura de masas y que es tan antipático como patético, quizás como algunas aristas puntiagudas de la tan vapuleada cultura. Pero la novela no se queda ahí; en la cita que ilustra esta nota podemos distinguir un yo y un ellos tan reconocibles que asustan, por lo marcados, por lo deformes. Miss Tacuarembó le habla a la clase media latinoamericana desde su propia hipocresía y por eso la segura referencia que pasado el tiempo habrá que hacer de este texto indispensable, amén de su prosa impecable e iconoclasta.
La traslación al cine de un texto que brilla por su inteligencia no necesariamente podía ser segura, ni tampoco necesaria. Pero Martín Sastre (un videoartista cuya ironía se viste de aparente superficialidad y sinsentido) vio en Miss Tacuarembó el germen de su opera prima y el vehículo ideal para profundizar algunos conceptos de su obra. De acuerdo a su página web, Martín Sastre sostiene una fundación que facilitó becas de investigación para tres artistas alemanes en Montevideo, investigaciones que estos artistas debieron realizar con apenas cien dólares al mes. La fundación de Martín Sastre se llama The Martín Sastre Foundation for the super poor art. ¿Es esto una excentricidad? Todo depende de cómo se lo mire. Como ocurre con su película, que a simple vista pareciera ser una traición al texto original.
Miss Tacuarembó tiene una narradora llamada Natalia, de quien nos referimos brevemente más arriba. Una muchacha como ella no solamente debía tener el cuerpo sino también el fulgor de Natalia Oreiro. Actriz, cantante y empresaria, Natalia Oreiro no se queda en su cómodo lugar de celebridad: desde hace ya muchos años brilla con luz propia y los riesgos artísticos que toma la cimientan cada vez más como una personalidad a imitar. Natalia Oreiro no es una gran actriz, es cierto. Es una gran estrella, a lo mejor la más grande que diera el Cono Sur en los últimos veinte años. Pocas, muy pocas figuras, pueden soportar el rigor de un primer plano cerrado con tan poco maquillaje, y además, a través de brillo de sus ojos, hacernos creer que tiene 18 años y redimensionar con su convicción una película que siempre está a la orilla del pantano. A las grandes actrices a veces se les nota el esfuerzo.
Tenemos que dejar algo aclarado, porque todavía no lo hemos dicho: Dani Umpi, Martín Sastre y Natalia Oreiro son uruguayos. Y pese a que la película es una coproducción con la Argentina y España, es tan uruguaya como las cuchillas. El gentilicio es un orgullo aunque parezca chauvinista, y por lo visto aquí MISS TACUAREMBÓ se ocupa de declarar el orgullo que siente por cada una de sus imágenes. Esto, además de ser lícito y necesario, es un acto de amor. Es un acto de amor hacer que un texto complejo por su resonancia se transforme en un musical apto para todo público con canciones pegadizas y coreografías que nos piden acompañar el ritmo, porque aquí no hay conexión directa con presente alguno ni tampoco juicio a ninguno de los pasados; MISS TACUAREMBÓ pareciera decirnos que el libre albedrío se reformula en todas las épocas, por lo que abrevar en las telenovelas de los años ’80 (lejos de asimilarse a la mera estética posmoderna) establece un certero verosímil del comportamiento social en relación al consumo de las últimas tres décadas, décadas de vuelta y recambio democrático en la mayor parte de Latinoamérica. Por otra parte la heroína habrá de descubrir por sí misma que su origen es fruto de un tiempo al que los demás le dan la espalda, mientras desde la imagen se le quita brillo al ayer y se lo muestra como en una foto vieja, para que el espejo no deforme nuestra mirada ni nos provoque añoranzas insustanciales. Y también es un acto de amor permitirse la libertad de expresar cuán humana es la religión, porque no existe otra forma real de acercarse a Dios ni tampoco de tener fe, incluso en los pueblos chicos de los que la gente quisiera escapar y no puede. Estos tópicos están presentes en la banda sonora (la guitarra acústica y la voz de Natalia Oreiro cantando What a feeling, la canción de la película Flashdance, es tan cercana como el cartel de bienvenida a Tacuarembó, cuna de la patria gaucha uruguaya), en la fotografía (la textura de la imagen en las distintas instancias del relato es tan sutil como intencionada, yendo del papel Kodak a la diáspora digital), en la dirección de arte (¿si no por qué las Barbies de María José y María Noel estarían envueltas en celofán?), y en las conexiones que el guión establece y que se disfrutan si se presta atención (Natalia se la pasa rompiendo la imagen de San Expedito, que no es Enrique, el San Expedito de Cristo Park que la enamora, ni tampoco Enrique es Enrique sino que es Luis Alfredo, y Luis Alfredo es el nombre del personaje de Carlos Mata en Cristal, y Natalia se hace llamar Cristal para escaparle a su identidad mestizada…). Por eso MISS TACUAREMBÓ es una película importante, conciente de su alcance y por eso mismo vulnerable. No es una de Disney como dijeron en la publicidad y a lo mejor por eso no tuvo el suceso que se esperaba: en una de Disney dos chiquilines de ocho años no cantan el tiempo se pasa y todo se olvida / nadie nos entiende, seguro que no / tenemos que irnos de Tacuarembó; esos chiquilines ya saben, lamentablemente, que el último en irse apaga la luz. Es una película más amarga que ácida, idealista sin pregonarlo, y que se permite dejar atrás las colinas de Hollywood y seguir viaje con una sonrisa en los labios y la esperanza de ser un poco mejores ahí donde estemos y allá donde vayamos.

MISS TACUAREMBÓ (Uruguay, Argentina, España, 2010). Dirigida por Martín Sastre. Guión de Martín Sastre sobre la novela homónima de Dani Umpi. Producción: Oscar Azar, Jesús Corredera, Carlos Mentasti, Diego Robino, María Zanocchi. Fotografía: Pedro Luque. Dirección de Arte: Gonzalo Delgado. Música Original: Ignacio Pérez Martín. Canciones: Ale Sergi. Reparto: Natalia Oreiro, Diego Reinhold, Sofía Silvera, Mateo Capo, Rossy de Palma, Mirella Pascual, Alejandro Tous, Boris Bakst, Ema Pratto, María Pía Pratto, Melina Petriella, Julieta Petriella, Mónica Villa, Jeanette Rodríguez, Mike Amigorena y Graciela Borges. Actualmente en cartel en el Espacio INCAA Km. 3 Arte Cinema, Salta 1620. Funciones de martes a domingo a las 18.30 hs.