29 de junio de 2019

El monstruo en mí



Lorenzo y Amalia son una pareja ardiente. Al menos son ardientes cuando buscan encontrarse en los rincones de la casa, o tratan de ser ardientes, o fingen serlo. Hay algo de impostura en ese ardor, algo de complacencia, de violento hastío. Algo que no es satisfactorio. Algo que uno de los dos, alternadamente, no comparte con el otro. Por eso cuando una noche llegan Roberto y Johana a cenar con ellos para festejar el ascenso de Roberto (que será jefe de Lorenzo desde el día siguiente), esa falta de satisfacción estalla por el aire, e involucra a los invitados, que tampoco están del todo satisfechos con ellos mismos y con cada uno de los dos. Sobre todo Johana, que no es escritora o profesional de la salud mental como la otra y los otros dos. Johana es una simple secretaria que mira el mundo con ojos amorosos, quizás para no ver así de cerca la cara monstruosa del contorno. Definitivamente el estallido lo provoca la desilusión. Los cuatro, por alguna causa, están frustrados; tal vez por no alcanzar el objetivo, o tal vez por no saber cuál es el objetivo que debieran conseguir. Y cuando el monstruo nos babea alrededor, espeso y caliente, el miedo se escuda en los colmillos que uno tiene guardados quién sabe dónde.
Desde Edward Albee y “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, las parejas de profesionales que se encuentran para humillarse frente a las capacidades del otro han sido un sujeto frecuente del teatro. Pero rara vez han sido vistas desde el espejo deforme de la comedia, que encuentra en la humillación el objeto de escarnio y de crítica al sistema que el drama licúa u obliga a ubicar en un tiempo histórico preciso. TODA PERSONA VISTA DE CERCA ES UN MONSTRUO es una comedia hiriente porque el sistema, hoy, ya no soporta sus llagas, lo cual convierte a esta pieza en un objeto lúcido, muy lúcido, del malestar que arrastramos en el tiempo. Quizás el objeto en la puesta de Mauro Antón sobre el texto de María Zubiri no aparezca en todo lo que se gritan y en todo lo que se callan Amalia, Lorenzo, Johana y Roberto; quizás el objeto se esconda en un casco de motociclista que uno de los personajes no se puede calzar en un momento en el que se queda solo. Porque es en la imposibilidad de ser fuertes, en no encajar en ese estereotipo que nos deslumbra, donde estos personajes se vuelven monstruosos. Porque los monstruos, cuanto más fuertes son, más desamparados quedan. Y más desesperados. Y, a su pesar, más graciosos resultan.


TODA PERSONA VISTA DE CERCA ES UN MONSTRUO, de María Zubiri. Dirección y diseño de espacio: Mauro Antón. Asistente de dirección: Matías Mancuso. Diseño de luces: Estefanía Piotrkwoski. Diseño de vestuario: Laila Freidenberg. Con María Zubiri, Maximiliano Prioriello, Sol Kohanoff, Emiliano Pandelo. 55 minutos. Sábados a las 22.30. Espacio Polonia, Fitz Roy 1477.

19 de junio de 2019

La bestia nel cuore

A veces a uno le pasan cosas ciertas cosas con el arte. A lo mejor va a ciertos restaurantes y en algún rinconcito del salón hay una tarima con un piano. Uno quizás sienta miedo de notarse invadido por la música mientras come, aunque uno debe reconocer que ese miedo que habrá de sentir será el miedo a que afloren los sentimientos que la música le genere frente al resto de los comensales. Uno no se reconoce en esas situaciones, se siente como un endriago temeroso. Y también, por lo general, como esos restaurantes tienen las paredes forradas en madera, muchas botellas en los estantes altos, manteles de tela a cuadros y los platos blancos y pulidos por el uso, como los de casa, uno se sienta en su propio hogar. En esos restaurantes huelga decir que la comida siempre es sustanciosa, y que uno lamenta que su casa esté lejos porque durante el viaje de vuelta se disipa la nostalgia de esa noche fría de invierno en la que, durante la cena, uno reconoció en la melodía del piano un silbido de domingo a la mañana, y uno quiere, necesita, que la nostalgia y que la música duren hasta que uno se duerma.
Imaginen entonces una sala de teatro para mil espectadores con un pianista solo en el escenario que evoca melodías familiares, incorporándole a esas melodías disonancias de su propia invención y compases nuevos como descargas eléctricas que la propia música le provocan en el cuerpo en ese mismo instante. Sí, claro, la sala de teatro se convierte por obra y gracia del ritmo en uno de esos restaurantes donde la buena comida es el sonido, donde el pianista toca el piano para uno solo, para uno mismo, y a uno las emociones le hacen cosquillas en la garganta y en los ojos como la magdalena de Proust y ciertos recuerdos. El pianista logra algo en estos casos que no todos los pianistas son capaces de lograr: que la música sea un desfile de imágenes que se proyectan a través de sus manos, que no parecen dos ni parecen responder a la misma persona. Por supuesto que uno se olvida de que está en un teatro; entonces uno está donde se siente más cómodo, quizás entre los inefables monstruos bebop que le vigilan el sueño. Uno se siente así escuchándolo a Stefano Bollani (Milán, Italia, 5 de diciembre de 1972), que con su cola de rulos grises atados firmente a la nuca y las dos manos repletas de música, tiene una bestia en el corazón que no es más que un niño que se calma cuando escucha Reginella silbada por su papá.


BOLLANI PIANO SOLO. Presentación del pianista italiano Stefano Bollani en el marco del ciclo Italia in Scena. Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, 18 de junio de 2019.