Chicago, pues, era capaz de contener a predicadores mormones y a un anticuario de origen italiano llamado Al Capone, y este contenido humano de la ciudad se puede prestar al maniqueísmo de lo real y lo ficticio, el bien y el mal, el blanco y el negro, el oro y el barro, y todo ese jazz. Porque el jazz, en aquellos años en que se expandía irrefrenablemente por el mundo musical del Siglo XX, era una forma de ejecutar la música sin seguir al pie de la letra la partitura y también una forma de referirse al sexo, al acto sexual, a la improvisación del makin’ whoopee. Y es de allí que nacen los mitos, de esta improvisación constante, de este reversionar permanentemente la historia de hoy, y por eso tal vez, cuando Bob Fosse y Fred Ebb escribieron el libreto de la comedia musical que se estrenó en 1975, más que atenerse a cuestiones reales optaron por atrapar la esencia del vaudeville. El vaudeville no es lo mismo que el vodevil: el vaudeville mezcla cantantes, bailarines, comediantes, acróbatas y perritos amaestrados (entre otros personajes), sin necesidad de lógica en el espectáculo, como una sucesión de números vivos y entretenimiento en continuado. Es bastante lógico que su popularidad declinara en los años ’30, tras la gran depresión económica y la ley seca; los altos costos que demandaba hacerlo bien ni siquiera justificaba las giras provinciales. Y la gente ya tenía el cine parlante, que no sufría complicaciones durante la función; en una película nadie mata de verdad, pero en Chicago, con tal de ser estrellas, algunas chicas eran capaces de una masacre. Si no ahí las tienen a Velma Kelly y a Roxie Hart, capaces de matar a su marido y a su hermana y al mueblero de la otra cuadra, respectivamente, con tal de cantar una canción o de bailar en un escenario, o lo más importante: salir en la tapa de los diarios, ser celebridades del crimen.
Es obligatorio hablar de las protagonistas, porque es en ellas donde descansa la excelencia del conjunto. Sin una Roxie y sin una Velma sólidas, CHICAGO podría quedar como una ciudad puritana. Es por eso que se las recuerda a Nélida Lobato y Ambar La Fox y a Alejandra Radano y Sandra Guida, y se las recordará a Natalia Cociuffo y a Melania Lenoir a partir de esta versión. Porque Roxie y Velma son dos de los más grandes personajes que el musical le diera al último cuarto del Siglo XX, y en esta oportunidad Natalia Cociuffo, además de innegable talento le aporta una belleza salvaje que transforma a su Roxie en alguien por quien vale la pena morirse. En cuanto a Melania Lenoir, su Velma es una perra más del pabellón en el penal de Cook; pero como este año también sacó a pasear a muy buena parte del zoológico en Hedwig and the angry inch, Los últimos cinco años y Avenida Q, tendríamos que convenir en que Melania es un animal de teatro. Uno de esos que ya está listo para comernos en la próxima función y que uno, humildemente, ha comenzado a vislumbrar entre los monstruos sagrados.
CHICAGO, de Fred Ebb y Bob Fosse, con traducción al español de Gonzalo Demaría. Producción General: Daniel Grinbank. Director Residente: Gustavo Wons. Música: John Kander. Supervisor Musical: Rob Fisher. Director Musical: Gerardo Gardelín. Coreografía: Ann Reinking. Escenografía: John Lee Beatty. Vestuario: William Ivey Long. Iluminación: Ken Billington. Diseño de Sonido: Rick Clarke, Gastón Briski. Intérpretes: Natalia Cociuffo, Melania Lenoir, Martín Ruiz, Alejandra Perluzky, Horacio Vay, M. Rivero, Florencia Bordolini, Romina Cecchetini, Augusto Fraga, Ángel Hernández, Alejandra Ibarra, Mariana Jaccazio, Pablo Juin, Oscar Lajad, Milagros Michael, Julia Montiliengo, Mara Moyano, Carlos Pérez Banega, Esteban Provenzano, Nicolás Villalba, Florencia Viterbo. Martes a domingo a las 20.30. Teatro Lola Membrives, Corrientes 1280, 4381-0076.
Muy bueno Carlos!!!!!
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