Uno puede tener dolor de panza y creer que se debe a que uno se tragó un pedazo de vidrio de un vaso roto porque el vaso estaba roto y uno no se dio cuenta al agarrarlo de la alacena dado que uno tal vez lo lavó tarde en la noche cuando se despertó en mitad de la madrugada a ver si había surtido efecto el Cucatrap que puso en la cocina y el vaso se le rompió al chocarlo con otros vasos de la alacena y el pedazo de vidrio quedo en el fondo del vaso y uno a la mañana para tomarse la aspirina matutina ni se fijó en el vaso que agarraba y ahí está, el fin de la existencia en manos de un vidrio minúsculo que habrá de rasgarle las paredes del abdomen y declararle una septicemia irreversible a uno, una de esas de las que nadie vuelve, ni siquiera uno mismo, uno que ha ganado mil batallas y que es tan lógico que una pierda, justamente la más importante, la de la vida de uno, pero fíjense que picardía, será de Dios.
Exacto. Un dolor de panza fijado en la región epigástrica, debajo de las costillas falsas, ahí donde está el hipocondrio, el sitio ideal para sentir que uno se va a morir en cualquier momento. Como si uno entra a su casa antes del tiempo fijado para volver el día que estuvo el fumigador fumigando y entonces aspira los restos de veneno que aún no se volatilizaron, o también como si come alimentos con trazas de carne o leche, más aún importados de algún país europeo, el Reino Unido por ejemplo, y corre el riesgo de que aún haya rebrotes del mal de la vaca loca y uno se contagie la peste que la vaca loca nos pueda transmitir. Es todo un trastorno no tomar las precauciones necesarias para vivir tranquilo; tal vez no le de a uno felicidad alguna eso de tomar precauciones, pero al menos uno puede estar seguro que precavido no se morirá antes de que le llegue la hora. Pero la hora fatal es imprevisible, los relojes siguen su curso inexorable ajenos al dolor de ya no ser que, uno imagina, habremos de padecer alguna vez. Nada más adecuado para ocultar en ocasión de conocer a una chica, una encuestadora por caso, ocultar eso de que uno le tiene miedo a vivir la vida tal como se presenta y no como debiera ocurrir en un mundo ideal, un mundo en el que seguimos siendo chicos y el departamento de papá sigue oliendo a Miramar. Cómo ocultarlo, no, sobre todo si uno va caminando con la chica y pisa la tapa de una boca de tormenta y la desplaza y pone en riesgo de caer al inframundo a la media humanidad que pase por allí, así la media humanidad no pise la tapa de la boca de tormentas porque es tan difícil que eso suceda como acertar el azar.
Pablo Sigal, actor, autor y director de POLITE, pone en escena un juego de desplazamientos metonímicos que causan una gracia delicada y evocan con ternura el hecho de abandonar la niñez en el cajón de los juguetes. Todo eso que uno enumeró más arriba le puede suceder en ese trance a Polit o a uno mismo, y cada quien habrá de expresarlo como mejor le salga, si es que le sale. A Pablo Sigal le salió fantástico. POLITE, estrenada en el ciclo de Operas Primas del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, entabla diálogo con un espectador que no conoce de límites generacionales porque todos tuvimos miedo de crecer, y el mayor logro de Pablo Sigal es ponerlo en marcha sin temores. El neurótico Polit es el mismo Pablo y el personaje que se traslada al actor de la puesta en escena que plantea hacer sobre su propia vida, y es en este sentido que POLITE le escapa al ya dogmatizado subgénero de la ficción biodramática: Pablo Sigal (con esa sabiduría que da el oficio, que Pablo ya tiene en abundancia en el teatro y en el cine) deja en claro que la obra de teatro es una excusa para jugar a ser artista. Y cuando uno juega en serio a lo que sea las ideas son claras, son firmes y son maravillosas. No vale la pena contar cómo está resuelta la escenografía, cuándo se quiebran los verosímiles y de qué manera se construyen los nuevos, cómo está diseñado cierto mecanismo de relojería que no deja ni un solo elemento librado al azar. Vale decir que uno vio a Pablo Sigal por primera vez cuando (uno cree que) ni siquiera tenía veinte años en esa obra inolvidable que es “Los talentos”, de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, y que lo sigue sin dudar porque talento le sobra, y esta vez queda muy claro que su talento empezó a madurar los frutos que tiene en abundancia para darnos. Muchas gracias entonces, valga la cortesía.
POLITE, escrita, interpretada y dirigida por Pablo Sigal. Con Ignacio Sánchez Mestre y Sofía Brito. Producción: Laura Huberman. Escenografía: Camila Pérez. Iluminación: Eduardo Pérez Winter. Jueves a las 21.30 (hasta el 19/11). Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, Corrientes 2038, 4954-5521 / 4954-5523.
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