Robert Louis Stevenson, Ticonderoga
Hace poco más de un año tuve oportunidad de ver nuevamente Historias extraordinarias después de leer el libro que publicó Mariano Llinás en 2009, libro que incluye el guión de la película y una enorme lista de apostillas del propio Llinás en forma de nota al pie que abren el panorama de la película más allá de sus imágenes. Mucho más allá, como el horizonte recortado por el sol del ocaso hacia donde se dirigen los cowboys al final de los westerns. Porque si algo es Historias extraordinarias más que una historia, o tres (o algunas más), es un enorme palimpsesto de nuestra propia experiencia cinematográfica y de nuestra relación con los libros, y con los sueños, y con algunos deseos, y con lo que quisiéramos ser y no somos pero sin claudicar por alcanzar ese objetivo alguna vez. Claro, es una película optimista de cuatro horas de duración que se siente como si uno pudiera cantar sobre su vida un canto verdadero, como si pudiera narrar sus viajes, como si uno realmente existiera.
En Historias extraordinarias hay un hombre que llega para realizar un trabajo pero que se encierra durante mucho tiempo en un hotel de Azul porque vio un crimen que no estaba preparado para ver y mucho menos para cometer, y que encuentra su alter ego en el sujeto que la burocracia le mandó peritar y cuyos edificios convierten en irreal el centro de la provincia de Buenos Aires (el hombre en cuestión es X, el alter ego el arquitecto Salamone, constructor de bellezas y horrores); un hombre más que sigue las huellas del que vino a reemplazar en una federación avícola y descubre un león moribundo cuya muerte será apoteótica –dentro de los límites de la apoteosis en la llanura bonaerense-, que traba relación con dos mujeres que se enamoran de él y con un padre que lo impulsa a cumplir con los anhelos de otro (el hombre en cuestión es Z, y los anhelos del otro lo llevan a la ciudad de Maputo, en Mozambique); un tercer hombre encargado de fotografiar unos pequeños monolitos en la cuenca del río Salado que se topa con otro que los dinamita y que ha vivido una aventura con los Jolly Goodfellows durante la Segunda Guerra Mundial (el hombre que saca fotos es H, que además tendrá que sobrevivir a una inundación y a la prisión por la apuesta de dos tipos aburridos); y una mujer que desaparece y que deja a dos hombres, como al gato, tristes y azules. Pero la película no es solamente esto: también son las voces que nos cuentan cada historia y que les modifican la impronta a las imágenes, como si esas voces le dieran carnadura a la fantasía, como si el cine fuese la única verdad de inmanente permanencia.
Porque Historias extraordinarias, entre los tres años que han pasado desde su producción y este reestreno en la sala del Cosmos-UBA, se ha convertido en un clásico. ¿Qué es un clásico? ¿Aquella obra capaz de sembrar la iconografía, las ideas, las razones, los afanes, los empeños, los esfuerzos, el espíritu de un pueblo? Ni tanto ni tan poco, aunque un clásico, sí, es el registro de una época. Hasta el advenimiento del cine la literatura era capaz de proteger la memoria de los pueblos a través de la palabra, y luego del cine, las imágenes proyectadas quizás nos devuelvan la sensación física del pasado, o del paradigma del pasado. En el cine el tiempo siempre es presente, y después de ver una película uno puede recordar lo que pasó o recelar lo que vendrá, tal es su carnadura en nuestra experiencia cotidiana. Pero para ser clásica una película debe parecer (sería más conveniente que lo fuera) auténtica: de ahí el clasicismo de Historias extraordinarias. Historias extraordinarias es una película auténtica porque apela a la literatura y al cine sin paráfrasis, descubriendo en nosotros mismos la necesidad de creer en algo que ocurre, de ser partícipes de los hechos, de involucrarnos en una trama, de ir en busca de la felicidad. ¿O no somos felices mientras vemos una película? ¿O no es que creemos que la felicidad solo existe en las películas? Por eso estas historias extraordinarias (porque jamás ocurrirían en nuestra vida de todos los días) son un clásico de nuestro tiempo. En ellas palpita todo lo vivido antes y lo que vivimos hoy, y como son tan localmente universales son capaces de expresar un pasado de yerros y un futuro incierto. Siempre hay otra lectura posible de los episodios de Stevenson bajo un árbol de la llanura bonaerense, como expresa por ahí Mariano Llinás respecto de los fines de semana o de sus vacaciones de la infancia; a lo mejor en ese sitio (y en el lapso de la infancia) el mundo es todavía más inmenso y el tiempo una cronología fabulosa de aventuras sin edad.
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, escrita y dirigida por Mariano Llinás. Producida por Laura Citarella. Imágenes: Agustín Mendilaharzu. Montaje: Alejo Moguillansky y Agustín Rolandelli. Dirección de Arte: Laura Caligiuri. Sonido: Rodrigo Sánchez Mariño y Nicolás Torchinsky. Música: Gabriel Chwojnik. Intérpretes: Mariano Llinás, Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu, Klaus Dietze, Germán de Silva, Horacio Marassi, Lola Arias, Mariana Chaud, Ana Livingston, Esteban Lamothe, Alberto Suárez. Domingos a las 18. Cine Cosmos-UBA, Corrientes 2046. 4953-5405.
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