11 de febrero de 2011

Cómo volar sobre el mundo


No hay entonces una denuncia sino, más que nada, una sonrisa y una caricia y quizás un gesto burlón a todo lo que uno encuentra detrás de cada esquina. (...) Espero lograr hacer que llueva en sus ojos.
Daniele Finzi Pasca

Cuántas veces uno tuvo ganas de escaparse, de salir volando. Literalmente. Salir volando. Con o sin alas, a como fuese, así sea haciéndole un piquete de ojos a una monja gorda, empaquetándola en un saco con el que uno puede robarse hasta una biblioteca, y aguardando que el ejército y la policía perforen la pared para soltar a la monja y escabullirse por sobre sus cabezas, libre uno por fin al viento. Es que a veces la naturaleza tiene una mente muy cerrada y es preferible manipular flores sintéticas porque las flores sintéticas ni siquiera se preocupan si uno las quiere correr de sitio. Las flores naturales sí. Y si hay que luchar contra la naturaleza habrá que ponerse a batir los brazos cinco horas diarias, o más tiempo, el que sea necesario para despegarse del suelo; es una tarea muy ardua porque no tenemos instinto para levantar vuelo, las gallinas tienen instinto para volar pero se asustan y no vuelan más que hasta ahí. Y lo que nos asemeja a las gallinas es que tal vez las gallinas no le tengan miedo al vuelo sino al aterrizaje. Ese tal vez sea el miedo más inclemente que nos limita los sueños: no saber cómo aterrizar. ¿Aterrizar significa que nos vamos a morir? Tal vez, o aterrizar quizás nos haga comprender que estrellarse contra el piso es una posibilidad cierta y que no necesariamente implique la muerte; tal vez un dolor profundo, que, como todo, después se pasa. Pero para que el dolor se pase uno tiene que estar acompañado, o debe establecer que en algún sitio habremos de encontrarnos. No importa con quién. En soledad todo compañero es un mundo, el mundo, y en ese sitio existimos aún después que nos sorprenda la muerte.
Daniele Finzi Pasca, clown, dice que prefiere ese costado trágico que la risa enmascara, como los viejos maestros del cine mudo. En Ícaro, este espectáculo que hace veinte años ofrece de manera trashumante volando de nido en nido, el cuerpo de Daniele, ingrávido como el de un pájaro, evita el lugar común de la muerte con el objeto de acariciar la vida, porque pareciera que para él la vida no hay que tomarla a manos llenas sino dejarla en su sitio y recorrerla una y otra vez con la palma abierta. Espectáculo que Daniele escribió en prisión, (por ser objetor de conciencia al servicio militar de su país, Suiza) tiene la peculiaridad de estar creado para un solo espectador que a la vez es interlocutor y coprotagonista. Pero anoche Matías, el espectador que Daniele eligió en el patio de butacas para acompañarlo por ser flaco y así poder cargarlo a upa cuando la historia lo requiriera, también fue observado por las más de mil personas que participamos de esa función en la sala mayor del Teatro Solís de Montevideo. Y la risa que surgía entre los espectadores por las peripecias del payaso no empañaban la intimidad desnuda que en el escenario ofrecía, una intimidad ilimitada cuya única frontera es el tamaño del corazón de cada uno. Por eso Ícaro no es teatro ni es performance ni es circo y mucho menos representación; es viento quizás, viento que hincha las velas del alma y te obliga a desplegar las alas que no estás acostumbrado a batir, esas que te hacen volar sobre un mundo que es el mismo para todos los seres humanos.

ÍCARO, de y dirigido por Daniele Finzi Pasca para el Teatro Sunil de Suiza. Música: María Bonzanigo. Iluminación: Marco Finzi Pasca. Intérprete: Daniele Finzi Pasca. Del 10 al 13 de febrero en el Teatro Solís de Montevideo (Uruguay).

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