25 de marzo de 2016

Robin de los Cárpatos

Costi tiene una mujer y un hijo y los mismos problemas que cualquiera hoy en día. Su vecino, Adrian, también los tiene aunque agravados por las deudas, razón demás para ir a ver a su vecino (con quien es evidente que no tiene una gran relación más allá del saludo de rigor cuando se encuentran en el ascensor) y pedirle prestado 800 euros, a devolver en dos o tres meses. Costi no los tiene o no se los quiere prestar, que es otra posibilidad. Pero Adrian vuelve al ratito y le propone que, si le presta 800 euros para alquilar un detector de metales, la mitad de lo que encuentren del tesoro enterrado en el jardín de la finca de su abuelo es suyo. Mientras estas visitas se suceden Costi trata de leerle “Robin Hood” a su hijo Alin. La búsqueda de un tesoro de alguna medida nos transforma en héroes y ladrones a la vez, y algo de eso se vislumbra que ha sucedido en la historia de Rumania durante el siglo XX y lo que va del XXI.
Sobre esta linea Corneliu Porumboiu elabora una pequeña aventura en la que los héroes y los villanos observan trabajar a los trabajadores mientras discuten sobre cuestiones que ya son historia vieja, y mientras la burocracia se vale de los ladrones para seguir vigente y decidir qué es del Estado y qué del individuo. Al igual que en Bucarest 12.08 y en menor medida que en Policía, adjetivo, Porumboiu elige la comedia para hablar de las tragedias que dominaron la historia de su país, sobre todo esa gran tragedia que funda la desmemoria, y para contarlas se vale de anécdotas sin importancia o de importancia relativa para el espectador, y de importancia definitiva para los personajes. ¿Hubo o no hubo revolución en tu ciudad?, se preguntaban los protagonistas de Bucarest 12.08 en vísperas de la Navidad y el día en que se recuerda la huída de Ceaucescu del poder; en el caso de Policía, adjetivo, la cuestión es aún más absurda pues en medio del seguimiento de un delito relativo a las drogas los agentes de la ley se abocan a definir la calificación de ciertas palabras como ley o moral. Nos referimos al absurdo cinematográfico, claro está, porque sería mucho más productivo y mucho menos abstruso para nuestras sociedades preguntar qué opinión nos merece la historia o qué significan para nosotros ciertas palabras. Porumboiu se dedica a filmar películas, extrañas y desconcertantes, que dejan al espectador con la sensación de buscar bajo la alfombra los tesoros que nos escamoteamos a nosotros mismos. 
Por eso en EL TESORO Porumboiu se va al principio del cuento: le dedica su mirada lírica a la necesidad que tienen los niños de reflejarse en un héroe. Bien es sabido que los héroes para los niños terminan siendo sus padres, razón demás para que Costi resigne una parte del tesoro encontrado y cumpla con la parte de heroísmo que le ha tocado en suerte, así ya la haya cubierto cuando, como Superman, le explica a Alin por qué pelearse es doloroso. Que muchos adultos todavía se peleen y amenacen tal vez signifique que sus padres no han tenido héroes en los que encontrarse, cuestión irreparable en la historia de cualquier sociedad y de todos los países.

EL TESORO (Comoara, Rumania/Francia, 2015). Escrita y dirigida por Corneliu Porumboiu. Producida por Rémi Burah, Julie Gayet, Sylvie Pialat, Olivier Père, Nadia Turnicev, Marcela Ursu. Fotografía: Tudor Mircea. Montaje: Roxana Szel. Intérpretes: Toma Cuzin, Adrian Purcarescu, Corneliu Cozmei. 89 minutos.

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