17 de noviembre de 2016

Monos con navajas


El señor Lette cree conocer los mecanismos de las piezas que diseña, conocerlos de tal forma que le permitan venderlos él mismo para la empresa en la que trabaja. Está orgulloso por saber tanto, está orgulloso por tener la empresa a sus pies, está orgulloso por llevar una vida en ascenso. Pero el señor Lette no cuenta con algo que lo hará tropezar con los cordones de su propia medicina: es feo. Feo con ganas. Un cuco. Un hombre horrible. Una buena persona escondida bajo la máscara de un monstruo. Un espanto sin parangón en estos tiempos que corren una final olímpica. El señor Lette no tiene salvación, la naturaleza ha sido esquiva con él, por lo cual no podrá ir al hotel de alta montaña a vender las piezas que diseña para esa empresa que lo estima (ahora comprende) puertas adentro, donde se esconde el espanto o se lo barre debajo de la alfombra. En su lugar irá Karlmann, su asistente, porque es lindo. El señor Scheffler sabe que Karlmann es lindo y que Lette es un horror, así que no está para perder plata porque Lette asusta a la gente con esa nariz así, esos pómulos para allá y esa bocaza de abismo. Y hasta Fanny, su mujer, toma con tanta naturalidad como es posible la fealdad que Dios le dio a Lette, y si nunca se lo dijo (que es feo, la razón por la cual siempre lo mira al ojo izquierdo y no a la cara) fue porque ella lo quiere así como es, adorablemente aberrante. Pero Lette no se resigna a enterarse de su fealdad: algo tiene que hacer, él tiene que presentar los prototipos de las piezas que él mismo diseña y venderlas él mismo, él, el más competente del ramo. Algo tiene que hacer, y si su fealdad no se puede ocultar bien vale hacerse la cara de nuevo, así que se pone en manos de un cirujano plástico para que le reconstituya esa nariz así, esos pómulos para allá y le circunscriba el abismo de su bocaza. Y la operación es un éxito. Y Lette, irreconocible para los propios e irresistible para los extraños, se transforma en un hombre hermoso, en el hombre más hermoso que se recuerde por ahí. Pero ¿es suficiente con ser hermoso en este mundo imperdonable?
EL FEO, la peligrosa pieza de Marius von Mayenburg, no pretende darle respuestas a la deshumanización de las sociedades; a quicio de quien vio una de sus funciones, EL FEO pretende poner esa deshumanización en primer plano para observarla desde la platea con interés entomológico. Y vaya si consigue su objetivo. Cuanto más inverosímil se torna la situación más lógico resulta el sistema que la pone en marcha. En este sentido EL FEO se vale del absurdo y del existencialismo para echarle en cara al espectador (de qué otra forma podría ser en esta obra) el no hacerse cargo de la situación cuando la situación lo involucra sin darle la posibilidad de escapar. La puesta de Alberto Zimberg se vale de recursos del vodevil y del slapstick para poner en tensión los cuerpos en el espacio; ese mecanismo desconocido que diseña Lette, de acuerdo al movimiento planteado por Zimberg, se parece mucho a una bomba de tiempo: cuando Lette descubre que todos los hombres tienen su cara, que la suya es la cara del éxito, y que si el cirujano les dibuja a todos cuantos le piden el diseño que le dio a ese rostro porque al fin y al cabo es su propia creación, Zimberg radicaliza el movimiento y los personajes (el Lette del fantástico Fernando Amaral y los de los precisos y brillantes Mariela Maggioli, Horacio Camandule y Emanuel Sobré) se desdoblarán en otros tantos que apenas cambiarán de actitud para indicar que son otros que siguen siendo los mismos. Así es como EL FEO, con su clima enrarecido y su humor flagrante, desconcierta al público y lo pone en guardia; qué más se puede pedir que provocación y fundamentos cuando el arte escénico, sospechosa, lamentable e inquietantemente, se va transformando de a poco en la mascarita descascarada de esa mascarada mayor que es la corrección política.

EL FEO, de Marius von Mayenburg (con traducción de Francisco Díaz Soler). Dirigida por Alberto Zimberg. Producción Ejecutiva: Juan Luis Granato. Iluminación: Martín Blanchet. Escenografía: Claudia Schiaffino y Beatriz Martínez. Vestuario: Victoria Zabaleta e Isabel Pintos. Música: Federico Deutsch. Intérpretes: Fernando Amaral, Mariela Maggioli, Horacio Camandule, Emanuel Sobré. Jueves y Viernes (hasta el 25 de noviembre) a las 21. Teatro Alianza, Paraguay 1217, Montevideo, Uruguay.

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