VOTO DE SILENCIO (LA HSTORIA DE UN BESO), de y dirigida por Verónica McLoughlin. Dramaturgismo: Mariana Gianella. Iluminación: Matías Iaccarino. Escenografía y Utilería: Gerardo Porión. Vestuario: Guadalupe Cuevas. Diseño Sonoro: Manuel Toyos. Intérpretes: Germán de Silva, Julia Muzio. Lunes a las 20.30. Brilla Cordelia!, reservas al 4864-4230.
Gustave Flaubert buscaba la palabra exacta para sus relatos. Uno de ellos, Un alma de Dios (o Un corazón simple, de acuerdo a la traducción que se disponga) tenía un personaje llamado Felicidad que no necesitaba grandes cosas para ser feliz: simplemente vivir su simple vida. VOTO DE SILENCIO no se parece a ese relato pero sí se parece a un cuento. Ana se irá de su claustro. Dobla la ropa con prolijidad y la guarda en una valija grande, tan grande que ella entra entera ahí. Llueve torrencialmente. Deja su libro de penitencia sobre una mesita, toma coraje, se mete en la valija y sólo le queda esperar. Al rato llega Eduardo con su capote mojado. Eduardo asegura el cierre de la valija y la carga tomando los recaudos del caso. Es un cargamento muy delicado, muy frágil. El lo protegerá en el tren. Se van Ana y Eduardo al bucólico paisaje del campo. Y se darán un beso.
En este bello espectáculo, uno de los más bellos que se ofrezcan hoy en Buenos Aires, otro es el tiempo que se respira. No hay apuro alguno para contarlo; cuando surjan las palabras algo tendrán para decir, pero hasta entonces muchas más cosas nos dirá la respiración de Ana. Dicen que nuestra respiración es la onomatopeya del alma o la prosodia del espíritu, y además es el aliento que nos impulsa a obrar. Y Ana tiene muchas cosas que hacer en esta obra, porque quiere ser feliz. Esta obra trata sobre la felicidad y plantea su tema a partir del pulso, con una mano extendida que quiere tocar su cuerpo y una mano que tiembla poniéndole lindo el pelo, con un discurso apasionado en el silencio, una canción de amor oculta en el costurero y dos gotas de perfume detrás de las orejas.
Con algunos movimientos la escenografía se va del claustro del convento al cuarto de un ranchito, con tenues cambios de luz la noche se diluye en la mañana, y con timbre preciso la lluvia, los pájaros, el tren, marcan la presencia del mundo. Pero en escena observamos algunas pinceladas del mundo interior de Ana y Eduardo, y si no necesitamos conocer mucho más de ellos es porque la esencia está a la vista: en VOTO DE SILENCIO no hay tristeza ni temor, sólo la inquietud que genera la alegría. Ana sueña con un vestido floreado y un pañuelo en la cabeza, rodeada de chicos; Eduardo recuerda la gente que camina rápido y medio perdida por el andén de la estación, como en una película. ¿Cuál de los dos es más frágil? Uno los ve vivir a Ana y Eduardo, como en ese pasaje de Un alma de Dios a Teodoro y Felicidad: “(…) y con el brazo izquierdo le rodeó la cintura; la muchacha andaba sostenida por aquel abrazo; acortaron el paso. El viento era suave, brillaban las estrellas (…) y los cuatro caballos, arrastrando los cascos, levantaban polvo. (…) El la besó otra vez. Ella se perdió en la oscuridad.”. El mayor triunfo como autora y directora para Verónica McLoughlin es expresar mucho, mucho más que lo que cuenta, y sacar de Germán de Silva la tosca dulzura de Eduardo y encarnar el alma de Ana en el cuerpo de la maravillosa Julia Muzio. Uno puede sentarse frente a otros y contar esta historia, y a medida que avance en el relato uno recordará ciertas imágenes y volverá a sentir la emoción que esas imágenes le causaron. Y será su historia más que la de Ana y Eduardo, cuestión que tan bien le va a los grandes cuentos, esos que se transforman en parte de nuestra propia vida.
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