Después de arreglar ciertos problemas con la computadora acá volvemos a la carga. Esta semana se publicarán dos entradas, la de hoy y la habitual del sábado; a lo mejor esto de dos veces a la semana se vuelve costumbre durante el FIBA. ¡Gracias por leer!
Falta, y resto
Ahora que se acerca el tiempo del Festival Internacional de Buenos Aires no está demás recordar que durante el mes de agosto se presentó en el teatro La Comedia un ciclo con dos piezas uruguayas, EL AGUA Y EL ACEITE, de Ricardo Prieto, y EL ESTADO DEL ALMA, de Álvaro Ahunchaín. El ciclo, en formato semimontado, ofreció un foco quizás escueto, chiquito, sobre el devenir del teatro uruguayo; pero que sea escueto o chiquito el foco no significa que sea insuficiente. De las dos piezas este cronista tuvo oportunidad de ver la primera de ellas, EL AGUA Y EL ACEITE, y la experiencia resulta altamente satisfactoria al descubrir un autor que aúna el melodrama al comentario social sin perder un tono que oscila entre Fassbinder y el costumbrismo, al tomar contacto con dos actrices de alto registro, y al confirmar el talento como puestista del factótum de este emprendimiento, Gerardo Begérez.
Revisando un poco el archivo podemos encontrarnos con que Ricardo Prieto estrenó en la Argentina El huésped vacío (con seis versiones entre 1977 y 2005), El niño verde en 1979, Acuérdate de Euménida en 1981, Me moriría si te fueras en 2003, Un tambor por único equipaje en 2004, y Asunto terminado en 2005, muy poco para un hombre que recibió varios premios internacionales y cuyos textos han sido editados fuera de Uruguay. EL AGUA Y EL ACEITE conoce una versión en esta ciudad que data de 2007 y que fue realizada en la Biblioteca Pública Sarmiento, y es un texto escrito en Buenos Aires en 1980. En esta pieza Prieto dibuja la decadencia de una condesa rusa y la tensa relación que con ella mantiene su criada pobre y decente, más cercana a la envidia que al asco. En esto es que Prieto se parece a Fassbinder, en la naturalización de lo relativo y lo absoluto, de la vida y de la muerte como un mismo ejercicio de poder. Es un texto que no perdió vigencia por su bienvenida atemporalidad, que de alguna forma pareciera anticipar el realismo sucio literario (al menos el que aquí conocimos pasada la primera mitad de la década del ’80), y cuyas virtudes radican en la potencia de sus personajes, Andrea Sivloskaia (Maia Francia) y Valentina Rossi (Ximena Ferrer), que decantan el nihilismo político que se vivía por entonces en ambas orillas del Plata.
En esta experiencia semimontada Andrea Sivloskaia no tiene setenta y pico como pide el texto, pero en la piel de la estupenda Maia Francia (quien en estos momentos protagoniza Minetti junto a Juan Carlos Gené) la profundidad de los años se transmite en la voz cascada y la decadencia en la belleza natural de la actriz; la decisión de que ella la interpretase es un hallazgo poético. También es un hallazgo poético Gerardo Begérez, revelado en Buenos Aires por la puesta salvaje de La tercera parte del mar, de Alejandro Tantanián: además de confirmar su talento, Begérez es un gran gestor cultural. Es un tipo apasionado por lo que hace, y un tipo comprometido con esa pasión. Esta puesta de EL AGUA Y EL ACEITE no pareció un ejercicio semimontado; la función del 17 de agosto se vivió como el ensayo general de un espectáculo próximo a estrenarse. Es una concepción del hecho teatral que aquí tal vez se haya perdido un poco, donde el experimento no está en el escenario sino en la semilla que se sembró entre el público.
Siempre es bienvenido descubrir la mirada teatral de los vecinos porque amplía la nuestra, nos informa sobre un estado de las cosas de las que por muchas razones (entre ellas la desidia) no podemos o no queremos enterarnos; por eso que el teatro uruguayo se acerque a Buenos Aires más que auspicioso debiera ser cotidiano. Por ahí nombramos la desidia (nuestra), así que al respecto tal vez no haya mucho más para agregar.
Revisando un poco el archivo podemos encontrarnos con que Ricardo Prieto estrenó en la Argentina El huésped vacío (con seis versiones entre 1977 y 2005), El niño verde en 1979, Acuérdate de Euménida en 1981, Me moriría si te fueras en 2003, Un tambor por único equipaje en 2004, y Asunto terminado en 2005, muy poco para un hombre que recibió varios premios internacionales y cuyos textos han sido editados fuera de Uruguay. EL AGUA Y EL ACEITE conoce una versión en esta ciudad que data de 2007 y que fue realizada en la Biblioteca Pública Sarmiento, y es un texto escrito en Buenos Aires en 1980. En esta pieza Prieto dibuja la decadencia de una condesa rusa y la tensa relación que con ella mantiene su criada pobre y decente, más cercana a la envidia que al asco. En esto es que Prieto se parece a Fassbinder, en la naturalización de lo relativo y lo absoluto, de la vida y de la muerte como un mismo ejercicio de poder. Es un texto que no perdió vigencia por su bienvenida atemporalidad, que de alguna forma pareciera anticipar el realismo sucio literario (al menos el que aquí conocimos pasada la primera mitad de la década del ’80), y cuyas virtudes radican en la potencia de sus personajes, Andrea Sivloskaia (Maia Francia) y Valentina Rossi (Ximena Ferrer), que decantan el nihilismo político que se vivía por entonces en ambas orillas del Plata.
En esta experiencia semimontada Andrea Sivloskaia no tiene setenta y pico como pide el texto, pero en la piel de la estupenda Maia Francia (quien en estos momentos protagoniza Minetti junto a Juan Carlos Gené) la profundidad de los años se transmite en la voz cascada y la decadencia en la belleza natural de la actriz; la decisión de que ella la interpretase es un hallazgo poético. También es un hallazgo poético Gerardo Begérez, revelado en Buenos Aires por la puesta salvaje de La tercera parte del mar, de Alejandro Tantanián: además de confirmar su talento, Begérez es un gran gestor cultural. Es un tipo apasionado por lo que hace, y un tipo comprometido con esa pasión. Esta puesta de EL AGUA Y EL ACEITE no pareció un ejercicio semimontado; la función del 17 de agosto se vivió como el ensayo general de un espectáculo próximo a estrenarse. Es una concepción del hecho teatral que aquí tal vez se haya perdido un poco, donde el experimento no está en el escenario sino en la semilla que se sembró entre el público.
Siempre es bienvenido descubrir la mirada teatral de los vecinos porque amplía la nuestra, nos informa sobre un estado de las cosas de las que por muchas razones (entre ellas la desidia) no podemos o no queremos enterarnos; por eso que el teatro uruguayo se acerque a Buenos Aires más que auspicioso debiera ser cotidiano. Por ahí nombramos la desidia (nuestra), así que al respecto tal vez no haya mucho más para agregar.
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