Mucha gente siente aversión por los payasos. O los repele, o les teme, o se aterrorizan al ver uno en la pista de un circo, en el teatro o en la pantalla del televisor. Es que el payaso no es gracioso por sí mismo; quien siente espanto ante la presencia de un payaso quizás lo sienta porque el payaso lo refleja y le muestra una arista ridícula, sinuosa y oscura de sí mismo. Pero el payaso no se da cuenta de eso. El payaso juega, es lo único que sabe hacer.
Y en la corte de los payasos Toto (quien recién estrena cartel y encuentra gracioso todo lo que haya dentro de una caja) forma una famosa pareja artística con Batata, con quien ha recorrido el mundo con la troupe del circo, enana Anastacia incluida y una Rosita recién llegada. Y aunque la rutina de los payasos sea siempre la misma, y los gags se repitan incansables y el cuerpo se contorsione definida y cronométricamente, siempre se arma un despiplume, un charivari, un jaleo, un hullabaloo, un diavoleto, un finimondo de la hostia cuando un payaso se enamora. Y mucho más cuando los dos payasos de la compañía, aquellos que forman la famosa pareja artística Toto y Batata, se enamoran de la misma bailarina rusa, de la misma Rosita, y la bailarina rusa Rosita le corresponde a uno solo, al otro que no es Toto. ¿Puede un payaso enamorado llegar al crimen y aún hacernos reír? ¿Puede un payaso ser más grande que la vida y reservarse el último acto de los días de la gente, ese que siempre se reserva Dios, y aún así provocarnos una carcajada? Claro que sí, porque los adultos somos niños que crecimos riéndonos con cataratas de castañazos y con cascadas de saltos, volteretas, caídas y trucos físicos simulados. Porque un payaso no sana porque es gracioso, ni nos da felicidad porque es el dueño de la risa: el payaso sana y nos da felicidad porque nos hace perder el miedo. Y nos enfrenta a nosotros mismos.
De eso se trata FINIMONDO, el espectáculo que Toto Castiñeiras presenta por unas pocas funciones en el teatro Metropolitan: de hacernos perder el miedo frente al mundo hostil y de volvernos poderosos al hacernos responsables de nuestra propia risa. Toto Castiñeiras es un gran payaso, o mejor dicho, un actor que ha perdido el miedo al ridículo y domina la escena a su antojo, sostenido por muchos más recursos que los habituales tal vez porque Toto Castiñeiras sea un poeta del cuerpo y el repentismo, razón que lo proyectó internacionalmente a través del Cirque du Soleil. Toto Castiñeiras es un tipo que por ejemplo sigue con su imperturbable rutina de payaso y de pronto suelta una frase tonta que se transforma en una desesperada declaración de amor a la humanidad: Llevo bizcochos para después de los besos; que los besos sean dulces, porque los bizcochos son salados. Toto Castiñeiras, en FINIMONDO, no nos hace reír y nada más, y eso indica que más que un payaso, un clown o un actor, Toto Castiñeiras es un gran artista, a lo mejor porque nos muestra que el alma es apenas un puñado de plumas anaranjadas que se dispersan en el suelo.
FINIMONDO, de y por Toto Castiñeiras. Producción Ejecutiva: Cristina Fridman. Escenografía: Amadeo Azar. Vestuario: Renata Schussheim. Luces: Omar Possemato. Próximas funciones: 28 y 29 de junio, 1 y 2 de julio. Teatro Metropolitan 2, Av. Corrientes 1343. Reservas al 5277-0500
Y en la corte de los payasos Toto (quien recién estrena cartel y encuentra gracioso todo lo que haya dentro de una caja) forma una famosa pareja artística con Batata, con quien ha recorrido el mundo con la troupe del circo, enana Anastacia incluida y una Rosita recién llegada. Y aunque la rutina de los payasos sea siempre la misma, y los gags se repitan incansables y el cuerpo se contorsione definida y cronométricamente, siempre se arma un despiplume, un charivari, un jaleo, un hullabaloo, un diavoleto, un finimondo de la hostia cuando un payaso se enamora. Y mucho más cuando los dos payasos de la compañía, aquellos que forman la famosa pareja artística Toto y Batata, se enamoran de la misma bailarina rusa, de la misma Rosita, y la bailarina rusa Rosita le corresponde a uno solo, al otro que no es Toto. ¿Puede un payaso enamorado llegar al crimen y aún hacernos reír? ¿Puede un payaso ser más grande que la vida y reservarse el último acto de los días de la gente, ese que siempre se reserva Dios, y aún así provocarnos una carcajada? Claro que sí, porque los adultos somos niños que crecimos riéndonos con cataratas de castañazos y con cascadas de saltos, volteretas, caídas y trucos físicos simulados. Porque un payaso no sana porque es gracioso, ni nos da felicidad porque es el dueño de la risa: el payaso sana y nos da felicidad porque nos hace perder el miedo. Y nos enfrenta a nosotros mismos.
De eso se trata FINIMONDO, el espectáculo que Toto Castiñeiras presenta por unas pocas funciones en el teatro Metropolitan: de hacernos perder el miedo frente al mundo hostil y de volvernos poderosos al hacernos responsables de nuestra propia risa. Toto Castiñeiras es un gran payaso, o mejor dicho, un actor que ha perdido el miedo al ridículo y domina la escena a su antojo, sostenido por muchos más recursos que los habituales tal vez porque Toto Castiñeiras sea un poeta del cuerpo y el repentismo, razón que lo proyectó internacionalmente a través del Cirque du Soleil. Toto Castiñeiras es un tipo que por ejemplo sigue con su imperturbable rutina de payaso y de pronto suelta una frase tonta que se transforma en una desesperada declaración de amor a la humanidad: Llevo bizcochos para después de los besos; que los besos sean dulces, porque los bizcochos son salados. Toto Castiñeiras, en FINIMONDO, no nos hace reír y nada más, y eso indica que más que un payaso, un clown o un actor, Toto Castiñeiras es un gran artista, a lo mejor porque nos muestra que el alma es apenas un puñado de plumas anaranjadas que se dispersan en el suelo.
FINIMONDO, de y por Toto Castiñeiras. Producción Ejecutiva: Cristina Fridman. Escenografía: Amadeo Azar. Vestuario: Renata Schussheim. Luces: Omar Possemato. Próximas funciones: 28 y 29 de junio, 1 y 2 de julio. Teatro Metropolitan 2, Av. Corrientes 1343. Reservas al 5277-0500
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