AJAMI
Israel/Alemania, 2009. Escrita y dirigida por Scandar Copti y Yaron Shani. Producción: Moshe Danon, Thanassis Karathanos. Fotografía: Boaz Yehonatan Yaacov. Montaje: Scandar Copti y Yaron Shani. Intérpretes: Fouad Habash, Nisrine Rihan, Elías Saba, Youssef Sahwani, Abu George Shibli. Competencia Internacional
Ajami es un barrio de Jaffa, al sur de Tel Aviv, sitio poblado por árabes musulmanes, cristianos, judíos observantes e israelitas ecuménicos. Hay tensión, hay odio, y el amor se ocuta y se teme; la vida no tiene valor y en esa lucha por el poder da lo mismo ser culpable que inocente. Si, claro, todo esto que dijimos recién es un pequeño sumario de lugares comunes de los que AJAMI escapa pero sin salir indemne. En el metraje de AJAMI (largo metraje) la tirantez está puesta en el texto y sus anécdotas pero no tanto en la realización y el montaje, de pasmosa seguridad técnica que no siempre está al servicio de las necesidades narrativas. Es posible que la estructura del guión sea más potente que su diseño audiovisual, tal vez por eso de pretender hacer política y no denuncia. Si marcamos esto como un defecto se debe a que los personajes principales tienen entre 10 y 19 años y no alcanzan a medir o comprender la dimensión de sus actos; quizás la desprolijidad en la imagen hubiera contribuido a darle una visceralidad que en balance final AJAMI no tiene. Y esa desprolijidad visual ausente oculta al verdadero protagonista de la película de Copti y Shani: el tiempo. La importancia de un reloj de bolsillo, tanto como representación del tiempo escindido como también del tiempo que corre y no avanza, se descubre cuando AJAMI cierra con una tranquilizadora y previsible dureza sin haberse abismado nunca en suelos movedizos.
PUTTY HILL
Estados Unidos, 2010. Escrita y dirigida por Matt Porterfield. Producción: Jordan Mintzner, Steve Holmgren, Joyce Kim, Eric Bannat. Fotografía: Jeremy Saulnier. Montaje: Marc Vives. Intérpretes: Sky Ferreira, Zoe Vance, James Siebor Jr., Dustin Ray, Cody Ray. Competencia Internacional
Todo el tiempo están moviéndose, dice un pibe respecto de los skaters, de los ciclistas y de los drogadictos que dan con sus huesos en esa plaza de Baltimore. Y luego un sticker reza en un negocio que no se le venden cigarrillos a menores de 18, y un chico pinta en la pared una leyenda que dice “Descansa en paz, Cory”. Cory, el sujeto ausente de esta película, se murió por sobredosis o porque cayó en sus sueños como dice una chica en algún momento. De Cory sólo vemos una foto, el gran elemento poético de PUTTY HILL: en esa foto Cory no tiene los 25 que dicen que tenía al morir sus deudos y allegados, o no los representa. Y si esa foto es el gran elemento poético de la película de Matt Porterfield se debe a que todo el hiperrealismo que la compone (cabellos desteñidos, tatuajes inconclusos, paredes descascaradas, drogas duras) está tan perfectamente encuadrado en lo cinematográfico y tan estéticamente recortado de la vida misma desde las intenciones de su guión, que esos viejos que se comportan como niños, esos niños que escuchan en una biblioteca un cuento sobre la desaparición de otro niño, esos adultos que juegan a sufrir menos mientras componen canciones adolescentes, y esos adolescentes que sufren de verdad y no en forma verosímil, dejan en evidencia el artificio y deshacen el recurso de la entrevista objetiva acercando el todo a un mero show de la realidad, artilugio notorio en la secuencia del funeral. Y si ese moverse todo el tiempo del que hablábamos antes pretende denunciar el quietismo y la anomia sociales en los que viven ciertas ciudades de los Estados Unidos, la denuncia es tan fácil de comprender y digerir como tan rápido de dejar atrás y olvidar.
HADEWIJCH
Francia, 2009. Escrita y dirigida por Bruno Dumont. Producción: Rachid Bouchareb, Muriel Merlin. Fotografía: Yves Cape. Montaje: Guy Lecorne. Intérpretes: Julie Sokolowski, David Dewaele, Yassine Salim, Kart Sarafidis, Brigitte Mayeux-Clerget. Panorama – Trayectorias
El cine de Bruno Dumont remite por su fisicidad al de Robert Bresson: nunca los rostros de la gente pueden ser más expresivos sino cuando uno tiene el suficiente tiempo para contemplarlos y aprehender la autenticidad que nos transmiten, aquello que escapa a la mirada cotidiana. Baste recordar a Pharaon de Winter (el policía que encarnó Emmanuel Schotté en La humanidad) oliendo a los sospechosos para comprender el alcance de esta cuestión que de alguna manera une lo carnal con lo sagrado. Pero HADEWIJCH no se queda ahí; también recuerda a Bajo el sol de Satanás, la película de Maurice Pialat basada en la novela de George Bernanos, aquel escritor que inspirara a Bresson para Diario de un cura rural. Y se parece en que aquí lo divino deviene en perturbación fundamentalista, porque Céline/Hadewijch se ampara en la fe para expresar su inconformismo frente a la sociedad, para legitimar su locura extática o para aprender a cantar como una sirena cuando se acerque un navegante. Algo así fue Hadewijch de Amberes, una poetisa mística del siglo XII, con su desmesurado amor a Dios. Y así está el mundo que no nos damos suficiente cuenta hacia dónde nos dirigimos, nos dice abrupta, explosivamente Dumont, sin religiosidad ni discursos. Por eso HADEWIJCH es tan violenta, tan cercana, tan pasmosa, porque los salvos son los pecadores, y los pecadores son los únicos que observan el mundo con una mirada inocente y resignada.
MORRER COMO UM HOMEM (To die like a man / Morir como un hombre)
Portugal/Francia, 2009. Dirigida por Joao Pedro Rodrigues. Escrita por Joao Pedro Rodrigues y Rui Catalao. Producción: Maria Joao Sígalo. Fotografía: Rui Poças. Montaje: Rui Mourao, Joao Pedro Rodrigues. Intérpretes: Fernando Santos, Alexander David, Gonzalo Ferreira de Almeida, Chandra Malatitch, Jenni Larrue. Competencia Cine del Futuro
MORRER COMO UM HOMEM no es un fado, tampoco una balada y mucho menos un tango: hereda la melancolía de todos ellos y la transforma en una voz universal sobre la tristeza de los hombres. Tampoco es un melodrama, una comedia o un musical, porque MORRER COMO UM HOMEM es un río con rápidos vehementes y remansos crepusculares. Y es un río que cuando besa la costa descubre duendes y vagabundos perdidos y florcitas silvestres y plegarias atendidas. MORRER COMO UM HOMEM no es una película sobre la muerte, trata sobre vivir como uno quiere, sobre existir como uno puede, sobre irse con dignidad cuando nos llegue la hora y sobre ser auténticos todo el tiempo, porque Dios siempre nos lo permite. Es una película bella porque la belleza es superior a la hermosura y a la juventud, es un paseo por el alma de la gente, una canción que se canta contra la ventana cuando llueve, en un susurro, aunque alguno nos haga callar. Lo más importante es que es una gran película, de esas que no se olvidan tan fácil y cuyas imágenes se tornan indelebles en nuestra experiencia.
Israel/Alemania, 2009. Escrita y dirigida por Scandar Copti y Yaron Shani. Producción: Moshe Danon, Thanassis Karathanos. Fotografía: Boaz Yehonatan Yaacov. Montaje: Scandar Copti y Yaron Shani. Intérpretes: Fouad Habash, Nisrine Rihan, Elías Saba, Youssef Sahwani, Abu George Shibli. Competencia Internacional
Ajami es un barrio de Jaffa, al sur de Tel Aviv, sitio poblado por árabes musulmanes, cristianos, judíos observantes e israelitas ecuménicos. Hay tensión, hay odio, y el amor se ocuta y se teme; la vida no tiene valor y en esa lucha por el poder da lo mismo ser culpable que inocente. Si, claro, todo esto que dijimos recién es un pequeño sumario de lugares comunes de los que AJAMI escapa pero sin salir indemne. En el metraje de AJAMI (largo metraje) la tirantez está puesta en el texto y sus anécdotas pero no tanto en la realización y el montaje, de pasmosa seguridad técnica que no siempre está al servicio de las necesidades narrativas. Es posible que la estructura del guión sea más potente que su diseño audiovisual, tal vez por eso de pretender hacer política y no denuncia. Si marcamos esto como un defecto se debe a que los personajes principales tienen entre 10 y 19 años y no alcanzan a medir o comprender la dimensión de sus actos; quizás la desprolijidad en la imagen hubiera contribuido a darle una visceralidad que en balance final AJAMI no tiene. Y esa desprolijidad visual ausente oculta al verdadero protagonista de la película de Copti y Shani: el tiempo. La importancia de un reloj de bolsillo, tanto como representación del tiempo escindido como también del tiempo que corre y no avanza, se descubre cuando AJAMI cierra con una tranquilizadora y previsible dureza sin haberse abismado nunca en suelos movedizos.
PUTTY HILL
Estados Unidos, 2010. Escrita y dirigida por Matt Porterfield. Producción: Jordan Mintzner, Steve Holmgren, Joyce Kim, Eric Bannat. Fotografía: Jeremy Saulnier. Montaje: Marc Vives. Intérpretes: Sky Ferreira, Zoe Vance, James Siebor Jr., Dustin Ray, Cody Ray. Competencia Internacional
Todo el tiempo están moviéndose, dice un pibe respecto de los skaters, de los ciclistas y de los drogadictos que dan con sus huesos en esa plaza de Baltimore. Y luego un sticker reza en un negocio que no se le venden cigarrillos a menores de 18, y un chico pinta en la pared una leyenda que dice “Descansa en paz, Cory”. Cory, el sujeto ausente de esta película, se murió por sobredosis o porque cayó en sus sueños como dice una chica en algún momento. De Cory sólo vemos una foto, el gran elemento poético de PUTTY HILL: en esa foto Cory no tiene los 25 que dicen que tenía al morir sus deudos y allegados, o no los representa. Y si esa foto es el gran elemento poético de la película de Matt Porterfield se debe a que todo el hiperrealismo que la compone (cabellos desteñidos, tatuajes inconclusos, paredes descascaradas, drogas duras) está tan perfectamente encuadrado en lo cinematográfico y tan estéticamente recortado de la vida misma desde las intenciones de su guión, que esos viejos que se comportan como niños, esos niños que escuchan en una biblioteca un cuento sobre la desaparición de otro niño, esos adultos que juegan a sufrir menos mientras componen canciones adolescentes, y esos adolescentes que sufren de verdad y no en forma verosímil, dejan en evidencia el artificio y deshacen el recurso de la entrevista objetiva acercando el todo a un mero show de la realidad, artilugio notorio en la secuencia del funeral. Y si ese moverse todo el tiempo del que hablábamos antes pretende denunciar el quietismo y la anomia sociales en los que viven ciertas ciudades de los Estados Unidos, la denuncia es tan fácil de comprender y digerir como tan rápido de dejar atrás y olvidar.
HADEWIJCH
Francia, 2009. Escrita y dirigida por Bruno Dumont. Producción: Rachid Bouchareb, Muriel Merlin. Fotografía: Yves Cape. Montaje: Guy Lecorne. Intérpretes: Julie Sokolowski, David Dewaele, Yassine Salim, Kart Sarafidis, Brigitte Mayeux-Clerget. Panorama – Trayectorias
El cine de Bruno Dumont remite por su fisicidad al de Robert Bresson: nunca los rostros de la gente pueden ser más expresivos sino cuando uno tiene el suficiente tiempo para contemplarlos y aprehender la autenticidad que nos transmiten, aquello que escapa a la mirada cotidiana. Baste recordar a Pharaon de Winter (el policía que encarnó Emmanuel Schotté en La humanidad) oliendo a los sospechosos para comprender el alcance de esta cuestión que de alguna manera une lo carnal con lo sagrado. Pero HADEWIJCH no se queda ahí; también recuerda a Bajo el sol de Satanás, la película de Maurice Pialat basada en la novela de George Bernanos, aquel escritor que inspirara a Bresson para Diario de un cura rural. Y se parece en que aquí lo divino deviene en perturbación fundamentalista, porque Céline/Hadewijch se ampara en la fe para expresar su inconformismo frente a la sociedad, para legitimar su locura extática o para aprender a cantar como una sirena cuando se acerque un navegante. Algo así fue Hadewijch de Amberes, una poetisa mística del siglo XII, con su desmesurado amor a Dios. Y así está el mundo que no nos damos suficiente cuenta hacia dónde nos dirigimos, nos dice abrupta, explosivamente Dumont, sin religiosidad ni discursos. Por eso HADEWIJCH es tan violenta, tan cercana, tan pasmosa, porque los salvos son los pecadores, y los pecadores son los únicos que observan el mundo con una mirada inocente y resignada.
MORRER COMO UM HOMEM (To die like a man / Morir como un hombre)
Portugal/Francia, 2009. Dirigida por Joao Pedro Rodrigues. Escrita por Joao Pedro Rodrigues y Rui Catalao. Producción: Maria Joao Sígalo. Fotografía: Rui Poças. Montaje: Rui Mourao, Joao Pedro Rodrigues. Intérpretes: Fernando Santos, Alexander David, Gonzalo Ferreira de Almeida, Chandra Malatitch, Jenni Larrue. Competencia Cine del Futuro
MORRER COMO UM HOMEM no es un fado, tampoco una balada y mucho menos un tango: hereda la melancolía de todos ellos y la transforma en una voz universal sobre la tristeza de los hombres. Tampoco es un melodrama, una comedia o un musical, porque MORRER COMO UM HOMEM es un río con rápidos vehementes y remansos crepusculares. Y es un río que cuando besa la costa descubre duendes y vagabundos perdidos y florcitas silvestres y plegarias atendidas. MORRER COMO UM HOMEM no es una película sobre la muerte, trata sobre vivir como uno quiere, sobre existir como uno puede, sobre irse con dignidad cuando nos llegue la hora y sobre ser auténticos todo el tiempo, porque Dios siempre nos lo permite. Es una película bella porque la belleza es superior a la hermosura y a la juventud, es un paseo por el alma de la gente, una canción que se canta contra la ventana cuando llueve, en un susurro, aunque alguno nos haga callar. Lo más importante es que es una gran película, de esas que no se olvidan tan fácil y cuyas imágenes se tornan indelebles en nuestra experiencia.
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