Los que crecimos durante los '70 y los '80 crecimos rodeados por finales felices diferentes. Algunos recursos de antaño (todo fue un sueño, descubrir la verdad a última hora, el malo que se redime y se le pianta un lagrimón) fueron reemplazados por rupturas matrimoniales armónicas (Dos extraños amantes, Woody Allen, 1977), reconocimiento de la propia individualidad (Interiores, Woody Allen, 1978) o el despertar de las viejas ilusiones para forjarse ilusiones nuevas (La rosa púrpura del Cairo, Woody Allen, 1985). Si citamos aquí a Woody Allen es porque Woody Allen fue quien mejor retrató la vida de relación de la clase media intelectual en las postrimerías del Siglo XX, tan bien que los porteños de entonces llenaban las salas del Gran Rex o del Opera para ver sus estrenos, como si Woody fuese argentino. Lógicamente ese fulgor fue menguando en los '90 y se transformó en un romance otoñal en esta primera década del Siglo XXI, época en que los finales no parecen ni felices ni tristes; pareciera que el público prefiere lo agridulce, que la melancolía es más real que la felicidad. Ciertas comprobaciones empíricas nos permiten concluir que el público actual, ante la presencia de un desenlace agridulce, suele decidir que ha visto algo lindo. Qué linda la obra, se escucha al salir de la sala, termina mal. Y si termina mal a la vez te deja pensando, necesariamente. Quizás en el mundo en que vivimos la felicidad no abone el sustrato ni tampoco sea verosímil, cuestión que a veces le permita al mundo pasarse de rosca y quitarle a sus espectáculos la elegancia y la amabilidad conque el arte debiera manifestarse. El arte principalmente es reflejo y reconocimiento, no documento o catarsis; a lo mejor por eso las comedias aún siguen siendo el mejor espejo para la multitud por su constante subversión a los valores impuestos. Y los musicales son la hipérbole de esa imagen: ¿a quién no le gustaría cantar sus penas en lugar de ponerse a llorar?
Jamie y Cathy no pueden estar más juntos; se aman pero son incompatibles. El éxito de él abreva en el fracaso de ella, éxito relativo para él (se queda sin amor), fracaso relativo para ella (de tan idealista es una luchadora impenitente). Jamie es escritor y Cathy actriz, y una de las cuestiones interesantes de este cuento es que el éxito y el fracaso se disuelven en la vida cotidiana, transformando el arte en oficio y quitándole al arte el aura de bohemia ideal. Jamie y Cathy son de alguna manera el reverso de los personajes de Neil Simon en cualquiera de sus comedias románticas: son personas a los que les explotaron los sentimientos y esa explosión los dejó solos a la intemperie en el medio del temporal. Si tomamos en cuenta que LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS se estrenó en Chicago en el 2001 y en Broadway en el 2002, esa intemperie y el temporal remiten, a la luz de la historia, a la explosión de un mundo conocido.
Broadway nutrió al cine de todas las épocas, y los musicales se constituyeron en el sustento de la fábrica de sueños hasta mucho después de instalada la guerra fría. Y los musicales de la Nueva Escuela (pequeñas e íntimas obras de cámara, que contrastan con el espectáculo magnificente de la Vieja Escuela) se nutren del cine para contar sus historias, historias con lindos finales agridulces y ancladas en el mundo que les toca vivir. LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS adscribe a esta tendencia: es una obra contada en un tiempo suspendido (para Cathy, volver atrás; para Jamie, seguir adelante), en la que ambos solamente están juntos al promediar el espectáculo, momento en el que irremediablemente se quedarán solos, casi sin ilusiones más que en el recuerdo. Más que un relato narra situaciones que ocurren dentro de los personajes: aquí la estructura de la pieza cobra vuelo, porque esas situaciones se convierten en canciones y no en monólogos, y son esas canciones las que le dan impacto emocional y cercanía inmediata al espectador. Esas canciones son liberadoras de sentimientos, tan sanas como la locura y tan contundentes como la verdad.
La puesta local de Juan Álvarez Prado descansa en tres pilares sólidos: en la dirección musical de Hernán Matorra, en Germán Tripel y en Melania Lenoir. Si al salir de la sala la pieza se recuerda vívidamente es porque la música siempre estuvo allí, sin irrumpir y sin escaparse de su cauce. Dos cellos, un violín, una guitarra, un bajo y un teclado alcanzan para darle sustento a la partitura compuesta por Jason Robert Brown y espíritu a las tribulaciones de Jamie y Cathy, como una coprotagonista ideal que siempre acompaña, allana el camino y nunca se interpone. Además de tener una voz notable, Tripel consigue encontrarle matices mínimos a Jamie que a medida que avanza el relato lo vuelven más vulnerable; baste ver el dibujo de sus manos en el espacio para comprender cuánto abarca Jamie y cuánto lugar ha perdido desde el comienzo hasta el final. El lugar que pierde Jamie lo gana Cathy, pues ese camino inverso del que hablábamos antes, esa deconstrucción del tiempo de la que se vale Brown para crear al personaje, le dan a Cathy la posibilidad de transitar el sufrimiento y la felicidad no desde la realidad o la utopía sino desde los sentimientos más constantes. Melania Lenoir, una actriz sensible y una cantante maravillosa, le da tal proximidad a su Cathy que consigue hacernos olvidar la ficción y nos demuestra que cantar es una de las formas de comunicación más efectivas, más profundas.
Mientras veía LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS en la Sala B de la Ciudad Cultural Konex, no pude abstraerme a la sensación de recuperar la sorpresa por descubrir ese programa doble del '83 en el Empire con Nace una estrella (Frank Pierson, 1977) y La chica del adiós (Herbert Ross, 1977): melodrama y comedia romántica en una misma tarde en continuado, cuyas canciones (Evergreen, de Nace una estrella, y The goodbye girl, de La chica del adiós) me acompañaron hasta que entré en la vida adulta y después se transformaron en nostalgia. Y LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS, con ese amor perdido y ese amor encontrado, esos sueños que despiertan y esa realidad que se disipa, ese silencio final y ese apagón que lo grita, se transforma en una linda experiencia, pequeña es cierto, pero de huella perdurable cuando uno evoque la tristeza y descubra que no es otra cosa más que nostalgia.
Mientras veía LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS en la Sala B de la Ciudad Cultural Konex, no pude abstraerme a la sensación de recuperar la sorpresa por descubrir ese programa doble del '83 en el Empire con Nace una estrella (Frank Pierson, 1977) y La chica del adiós (Herbert Ross, 1977): melodrama y comedia romántica en una misma tarde en continuado, cuyas canciones (Evergreen, de Nace una estrella, y The goodbye girl, de La chica del adiós) me acompañaron hasta que entré en la vida adulta y después se transformaron en nostalgia. Y LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS, con ese amor perdido y ese amor encontrado, esos sueños que despiertan y esa realidad que se disipa, ese silencio final y ese apagón que lo grita, se transforma en una linda experiencia, pequeña es cierto, pero de huella perdurable cuando uno evoque la tristeza y descubra que no es otra cosa más que nostalgia.
LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS, de Jason Robert Brown. Dirigida por Juan Álvarez Prado. Dirección Musical: Hernán Matorra. Dirección Vocal: Clara Canale. Producción Ejecutiva: María de la Paz Zavaleta. Producción Técnica y Diseño Sonoro: Rodrigo Perret Lavecchia. Diseño de Escenografía: Santiago Fernández. Intérpretes: Germán Tripel, Melania Lenoir. Miércoles y viernes y domingo, 20.30, sábados 22.30. Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. 4864-3200.
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