Un hombre pierde a otro. El otro se muere. El hombre intenta prestarle atención al sepelio y saluda a cuanto se le cruza por el camino; trata de conformarlos por la pérdida o por saber si el café que les sirve la azafata está quemado. Porque no es que el hombre le quite importancia a la muerte del otro: hay cosas por hacer que son más importantes que condolerse, como tomar decisiones y cumplir con las promesas que uno hizo en algún momento crucial. Llevar a la tierra al muerto es para el hombre una tarea que pone en juego su honor, ese mismo honor conque los soldados se convencen de pelear en cualquier guerra. Porque es cierto que los muertos se quedan solos, pero uno debe continuar en el camino; quizás un camino nevado en el que uno se siente como esos auténticos gilipollas de un best seller escrito por cualquier homónimo de Robert Ludlum, comprado para leer en vacaciones o en el pasillo del Hospital Alemán mientras se espera la muerte o la mañana después, que siempre llegan.
En el texto de Lautaro Vilo, Rubén Szuchmacher encuentra esas palabras que transforman el dolor en experiencia. Con ese estilo conque Vilo expresa las emociones de sus personajes, estilo pleno de ironía y de un humor que entraña una mueca desesperada, ESCANDINAVIA se vuelve universal porque tarde o temprano todos tendremos el ejercicio de cargar con nuestros muertos. En cualquier sitio, en la helada estepa rusa o en la tierra callosa y diamantina de una quinta en Rauch, debajo de un eucaliptus. De verdad o figuradamente uno carga con sus muertos, y es el peso de la carga lo que ESCANDINAVIA expone en su relato y en su construcción escénica: solo un cuerpo en tensión en la enorme cárcel del alma. En el escenario desnudo es donde el personaje que compone Szuchmacher, con el cuerpo agobiado aunque enhiesto, deja expuesto el dolor por la muerte y la angustia por cumplir con la última voluntad del ser querido. Y todo lo que parece real deriva en un cuento extraño, que lejos de parecer forzado se impone con su narración y su poética.
En ese cuento se redimensiona el espacio: vamos de una celda en una cárcel oscura a la ruta, y de la ruta a la salina de un sueño, entre otros sitios más o menos reconocibles, más o menos concretos. Y a medida que el relato avanza el cuerpo del hombre se expande y se contrae, se ennoblece y se envilece, sin solución de continuidad. Es la pugna por no quedarse solo, la batalla que cada uno pelea por imponerse al dolor, y que traducido en la escena se interpreta a través del movimiento no solo del cuerpo sino también de la palabra. La forma del cuento podrá ser la de un policial absurdo, aunque desde aquí uno prefiere verlo desde la perspectiva del western. En los westerns los valientes cargan a sus muertos, se quedan expectantes frente al horizonte sin triunfo ni derrota, ni palabras, y se van hacia la mañana o hacia la noche muy distintos de como han llegado. Y no por valientes desprecian a la tristeza: la desafían. La enfrentan con los puños apretados mientras silba el viento entre las líneas de una novela barata, cuya lectura puede aferrarnos a la vida o transformarse en un último acto de amor.
ESCANDINAVIA, de Lautaro Vilo. Dirigida por Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo. Producción: Paula Travnik. Interpretación del movimiento: Graciela Schuster. Iluminación: Gonzalo Córdova. Diseño sonoro: Bárbara Togander. Vestuario: Jorge Ferrari. Intérprete: Rubén Szuchmacher. Viernes y Sábados a las 21. ElKafka, Lambaré 866. 4862-5439.
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