Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
Lo fatal, Rubén Darío
Fuga. Al respecto dice Wikipedia: Fuga es una forma de construcción musical, con un procedimiento de creación y estructura muy determinados. Su composición consiste en el uso de la polifonía vertebrada por el contrapunto entre varias voces o líneas instrumentales (de igual importancia) basado en la imitación o reiteración de melodías en diferentes tonalidades y en el desarrollo estructurado de los temas expuestos.
Seamos paradigmáticos. Los salvajes no habla sobre cinco adolescentes que se fugan de un correccional de menores. Eso es lo que sucede literalmente al comienzo de la película, pero la película es otra cosa. La película cataliza temas verdaderamente profundos, si entendemos como profundo aquello que penetra hasta lo más íntimo y oculto y no se detiene en lo superficial. Hay un código moral que nuclea a los personajes de esta película y los regula, un código alejado de las normas sociales en vigencia, incluso de las normas sociales del hampa. Es el mismo código que nuclea y regula a una piara de jabalíes, que no es lo mismo que decir que los adolescentes de esta película son animales, de manera peyorativa. Son instintivos, primarios, quizás irracionales. Y eso causa pavor justamente, el pavor ontológico de no ser.
Los salvajes habla sobre el espanto seguro de estar mañana muertos. Sobre ser nada. Es así de terrible, y a la vez tan fuerte y poderosa.
Gaucho (Leonel Arancibia) es el líder. Grace (Sofía Brito) es la chica. Demián (Roberto Cowal), el bandolero. Monzón (Martín Cotari), el asesino. El niño Simón (César Roldán), un chico desvalido. Si logran fugarse del correccional deberán atravesar el valle o el bosque o la selva o alguna caverna, o extenderle la mano al fuego. Eso es lo que sucede en la película a lo largo de sus urgentes ciento treinta minutos. Y lo en verdad fascinante de Los salvajes es que la solidez de su guión hace imposible preanunciar o presumir las peripecias o el énfasis de cada hecho. Por ejemplo, aunque Monzón no se dé cuenta al relatarlo, para nosotros se vuelve tan clara la causa de por qué lo mata al guardia cuando huyen. Los salvajes nos obliga a acompañar a estos cinco muchachos envilecidos a lo largo de su viaje iniciático sin poder hacer nada por ellos. Ellos tampoco nos piden asistencia. Para nacer, siempre, hay que destruir un mundo; nosotros también destruiremos el nuestro cuando salgamos de la sala, porque la desmesura de Los salvajes se observa en las pulsiones que despierta y no en la razón que las asiste, y nos enseñará, si se quiere, otra forma de ver el cine.
Esta mezcla de western, alegoría religiosa, road movie, atrocidad, vacío existencial y exceso geográfico, todo junto en cada imagen, lógicamente provoca y asusta. Ese amasijo de sentimientos encontrados los provoca la pureza fotográfica, el movimiento interno en el cuadro, la tensión del montaje, la frontera entre el verosímil y lo verdadero, las notables actuaciones del quinteto protagonista, y su enormidad radica en las ambiciones cinematográficas que la impulsan y en la esencia elegíaca que la origina. Nada es gratuito en Los salvajes. Nada es casual. Hay tanto cine detrás de sus imágenes que por eso, quizás, algunos espíritus estrechos esperaban de esta obra la construcción de costumbre para quedarse tranquilos. Es más fácil enfrentar el horror vacui del artista que el espanto de vivir sin horizontes artísticos. Y en ese aspecto es donde Los salvajes destruye algunos mitos del tan mentado cine independiente: aquí todo parte de la férrea voluntad conque Alejandro Fadel la conduce. Porque finalmente Los salvajes es una película diáfana, lírica, fatal, de una belleza estética pocas veces encontrada o descubierta en el cine argentino, una de esas películas que difícilmente se olviden, un punto de fuga impropio, situado en el infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario