
Respecto de esta edición del FIBA uno podría hacerse eco de las voces particularizadas que se leen y se escuchan por ahí, y comentar que fue pobre por lo presupuestario, por la calidad de los espectáculos y hasta por lo ideológico. Pero no me haré eco de ninguna de estas voces, porque hay que aceptar que la realidad es algo bastante subjetivo. Por eso, para hablar de esta edición del FIBA voy a tomar un caso del que fui testigo en los primeros días de la muestra, el de la pieza MISHELLE DI SANT’OLIVA, obra escrita y dirigida por Emma Dante y presentada por la Compañía Sud Costa Occidentale en el Teatro de la Ribera. Y si me involucro es porque uno no puede comenzar un análisis como este si no lo empieza por la propia experiencia.
Tuve acreditación como periodista para algunos espectáculos, acreditación que me llegó luego de haber comprado varias entradas como cualquier espectador. Antes de decidir qué espectáculos iba a ver (es imposible verlos todos, aunque uno quisiera hacerlo) consulté en la página web del festival los argumentos de cada una de las propuestas. Respecto de MISHELLE DI SANT’OLIVA llegué a una primera conclusión que fue esta obra es un bajón, ni loco la voy a ver; la historia de un hijo gay que se traviste y se prostituye por las noches tenía a priori una imagen muy oscura y deprimente. Mientras hacía la fila para adquirir los tickets en la Casa de la Cultura escuchaba las voces de algunas personas diciendo que la selección de espectáculos de este año era realmente muy pobre porque en ediciones anteriores la gestión trajo grandes compañías y maravillosas obras de teatro. Esto fue el 14 de septiembre, 21 días antes del comienzo del FIBA, y era la voz de los espectadores (al fin y al cabo todos somos espectadores cuando nos sentamos en la platea del teatro). Y se me encendió una alarma. ¿Por qué hablaba esta gente de pobreza artística si aún no había visto ni una sola función? ¿Eran espectáculos pobres porque quienes los hacían no eran personalidades conocidas en Buenos Aires? Discúlpeme, señor, pero me parece que el suyo fue un comentario un tanto tilingo podría haberle dicho a uno de los señores que lo dijo, pero es irreal que uno tenga tan a mano y tan claras algunas respuestas. Así que cuando volví a mi casa me puse a investigar en la web algunos datos sobre las compañías y decidí que MISHELLE DI SANT’OLIVA era una opción interesante: no había tomado en cuenta que era una pieza siciliana (incluso más cercana a nosotros que cualquier pieza del resto de Italia, por la cantidad de inmigrantes del sur que recibió la Argentina), y no sabía que entre los sitios donde se presentó, uno de ellos fue el antiguo penal de Albergheria, en Palermo. Algo tenía que tener MISHELLE DI SANT’OLIVA estéticamente hablando, más allá de que el hijo gay se travistiera y se prostituyese por las noches. Más tarde, ya sobre el filo del comienzo del festival, un periodista amigo que vio la obra en el Festival del MERCOSUR en Córdoba, me comentó que Emma Dante había sido elegida por Daniel Baremboim para dirigir su versión de la ópera Carmen en la Scala de Milán; Baremboim la eligió luego de ver algunas de sus puestas, entre ellas esta que se presentaría en el FIBA. Claro, la Scala de Milán, corroborar la información, LA cultura, todo eso… Uno no se salva de los prejuicios, y mucho menos de cierta tilinguería consuetudinaria, así que compré la entrada y fui al Teatro de la Ribera el jueves 8 a las 21.
El teatro estaba casi vacío. Habría poco más de cien personas en una sala de setecientas butacas. Era la segunda función de MISHELLE DI SANT’OLIVA en Buenos Aires. Antes de MISHELLE DI SANT’OLIVA había visto un espectáculo tan luminoso como este, un espectáculo que aún se mantiene vivo en mi memoria llamado The three lives of Lucie Cabrol, que la compañía Théâtre de Complicité trajo desde Londres al Teatro General San Martín en 1996. Y me preocupé bastante por la comparación, y me preocupé mucho más por la reticencia inicial: casi me pierdo un espectáculo que crece a diario en mi recuerdo, y que como Lucie Cabrol está destinado a marcarme el camino como teatrista. Casi me pierdo MISHELLE DI SANT’OLIVA por prejuicioso y por estúpido. Porque es muy estúpido tener prejuicios, y es mucho más estúpido tener prejuicios culturales autodenominándose uno hombre de la cultura. Me hago cargo de mi caso porque fueron las dos cosas, prejuicio y estupidez; si hubiera sido desinterés, no estaría escribiendo esta crónica. Sobre qué me pareció MISHELLE DI SANT’OLIVA pueden leer La redención en esta pizarra, entrada con fecha del 9 de octubre. Ahora bien, quisiera hablar de otras cosas que se relacionan con esa función de la pieza de Emma Dante. Al terminar el espectáculo muchos estábamos más que conmovidos. Habían sido poco más de 50 minutos de carne latiendo en escena, de fronteras borradas, de sentimientos comunes entre pueblos que cruzaron sus raíces. Y mientras el aplauso se apagaba (aplauso intenso que se multiplicaba en el eco de la sala casi vacía) escucho en la fila de atrás a dos chicas de unos veintipocos cuyo tono indignado era altisonante. Si nosotras hacemos esta porquería en el IUNA nos cuelgan. ¿Qué le pasa a la gente? ¿Perdió la chaveta? ¿Qué aplauden? A Macri habría que matarlo por permitir estas cosas. Vehemencia veinteañera, obvio. No tenía por qué gustarles MISHELLE DI SANT’OLIVA, es un espectáculo muy duro cuya ternura se decanta con el tiempo; por otro lado el gusto personal es un indicador endeble de la calidad de un espectáculo (quizás por eso no publico en esta pizarra comentarios desfavorables hacia lo que veo; si algo no me gusta es porque no le encuentro valores, por lo que mi gusto personal no debe sentar precedente en el gusto de nadie). Pero lo que me asustó fue la violencia del tono de sus voces. Ya decía más arriba que la realidad es un hecho subjetivo, y este fue un hecho real. Después, antes de perderlas de vista, escuché que decían que iban a vender las entradas que habían comprado porque a ellas no las iban a convencer con mierda. Y entonces me preocupé. ¿De qué las tenían que convencer? ¿Cuál era la mierda que nombraban estas chicas? ¿Salir del Teatro de la Ribera y chocarse contra tantos Salvatores que se travisten y se prostituyen por las noches? ¿Ver el Riachuelo mugriento? ¿Volver a casa en colectivo? ¿O el diálogo político sin discurso que establece la pieza con el espectador, ese diálogo que obliga a pensar?
Tuve acreditación como periodista para algunos espectáculos, acreditación que me llegó luego de haber comprado varias entradas como cualquier espectador. Antes de decidir qué espectáculos iba a ver (es imposible verlos todos, aunque uno quisiera hacerlo) consulté en la página web del festival los argumentos de cada una de las propuestas. Respecto de MISHELLE DI SANT’OLIVA llegué a una primera conclusión que fue esta obra es un bajón, ni loco la voy a ver; la historia de un hijo gay que se traviste y se prostituye por las noches tenía a priori una imagen muy oscura y deprimente. Mientras hacía la fila para adquirir los tickets en la Casa de la Cultura escuchaba las voces de algunas personas diciendo que la selección de espectáculos de este año era realmente muy pobre porque en ediciones anteriores la gestión trajo grandes compañías y maravillosas obras de teatro. Esto fue el 14 de septiembre, 21 días antes del comienzo del FIBA, y era la voz de los espectadores (al fin y al cabo todos somos espectadores cuando nos sentamos en la platea del teatro). Y se me encendió una alarma. ¿Por qué hablaba esta gente de pobreza artística si aún no había visto ni una sola función? ¿Eran espectáculos pobres porque quienes los hacían no eran personalidades conocidas en Buenos Aires? Discúlpeme, señor, pero me parece que el suyo fue un comentario un tanto tilingo podría haberle dicho a uno de los señores que lo dijo, pero es irreal que uno tenga tan a mano y tan claras algunas respuestas. Así que cuando volví a mi casa me puse a investigar en la web algunos datos sobre las compañías y decidí que MISHELLE DI SANT’OLIVA era una opción interesante: no había tomado en cuenta que era una pieza siciliana (incluso más cercana a nosotros que cualquier pieza del resto de Italia, por la cantidad de inmigrantes del sur que recibió la Argentina), y no sabía que entre los sitios donde se presentó, uno de ellos fue el antiguo penal de Albergheria, en Palermo. Algo tenía que tener MISHELLE DI SANT’OLIVA estéticamente hablando, más allá de que el hijo gay se travistiera y se prostituyese por las noches. Más tarde, ya sobre el filo del comienzo del festival, un periodista amigo que vio la obra en el Festival del MERCOSUR en Córdoba, me comentó que Emma Dante había sido elegida por Daniel Baremboim para dirigir su versión de la ópera Carmen en la Scala de Milán; Baremboim la eligió luego de ver algunas de sus puestas, entre ellas esta que se presentaría en el FIBA. Claro, la Scala de Milán, corroborar la información, LA cultura, todo eso… Uno no se salva de los prejuicios, y mucho menos de cierta tilinguería consuetudinaria, así que compré la entrada y fui al Teatro de la Ribera el jueves 8 a las 21.
El teatro estaba casi vacío. Habría poco más de cien personas en una sala de setecientas butacas. Era la segunda función de MISHELLE DI SANT’OLIVA en Buenos Aires. Antes de MISHELLE DI SANT’OLIVA había visto un espectáculo tan luminoso como este, un espectáculo que aún se mantiene vivo en mi memoria llamado The three lives of Lucie Cabrol, que la compañía Théâtre de Complicité trajo desde Londres al Teatro General San Martín en 1996. Y me preocupé bastante por la comparación, y me preocupé mucho más por la reticencia inicial: casi me pierdo un espectáculo que crece a diario en mi recuerdo, y que como Lucie Cabrol está destinado a marcarme el camino como teatrista. Casi me pierdo MISHELLE DI SANT’OLIVA por prejuicioso y por estúpido. Porque es muy estúpido tener prejuicios, y es mucho más estúpido tener prejuicios culturales autodenominándose uno hombre de la cultura. Me hago cargo de mi caso porque fueron las dos cosas, prejuicio y estupidez; si hubiera sido desinterés, no estaría escribiendo esta crónica. Sobre qué me pareció MISHELLE DI SANT’OLIVA pueden leer La redención en esta pizarra, entrada con fecha del 9 de octubre. Ahora bien, quisiera hablar de otras cosas que se relacionan con esa función de la pieza de Emma Dante. Al terminar el espectáculo muchos estábamos más que conmovidos. Habían sido poco más de 50 minutos de carne latiendo en escena, de fronteras borradas, de sentimientos comunes entre pueblos que cruzaron sus raíces. Y mientras el aplauso se apagaba (aplauso intenso que se multiplicaba en el eco de la sala casi vacía) escucho en la fila de atrás a dos chicas de unos veintipocos cuyo tono indignado era altisonante. Si nosotras hacemos esta porquería en el IUNA nos cuelgan. ¿Qué le pasa a la gente? ¿Perdió la chaveta? ¿Qué aplauden? A Macri habría que matarlo por permitir estas cosas. Vehemencia veinteañera, obvio. No tenía por qué gustarles MISHELLE DI SANT’OLIVA, es un espectáculo muy duro cuya ternura se decanta con el tiempo; por otro lado el gusto personal es un indicador endeble de la calidad de un espectáculo (quizás por eso no publico en esta pizarra comentarios desfavorables hacia lo que veo; si algo no me gusta es porque no le encuentro valores, por lo que mi gusto personal no debe sentar precedente en el gusto de nadie). Pero lo que me asustó fue la violencia del tono de sus voces. Ya decía más arriba que la realidad es un hecho subjetivo, y este fue un hecho real. Después, antes de perderlas de vista, escuché que decían que iban a vender las entradas que habían comprado porque a ellas no las iban a convencer con mierda. Y entonces me preocupé. ¿De qué las tenían que convencer? ¿Cuál era la mierda que nombraban estas chicas? ¿Salir del Teatro de la Ribera y chocarse contra tantos Salvatores que se travisten y se prostituyen por las noches? ¿Ver el Riachuelo mugriento? ¿Volver a casa en colectivo? ¿O el diálogo político sin discurso que establece la pieza con el espectador, ese diálogo que obliga a pensar?
El collage de más arriba es la síntesis de mi FIBA. HOTEL SPLENDID, ČERNÁ DÍRA, SPRAWA DANTONA y MISHELLE DI SANT’OLIVA son los cuatro espectáculos internacionales que destaco no solamente por su impacto estético, sino porque son (de los que yo he visto) los cuatro más políticamente opuestos a la complacencia del show bussiness cultural. Quizás sea cierto que son correctos para ciertos cánones políticos, pero los cuatro destacan los derechos humanos por sobre sus historias: el derecho a toda clase de libertad, la deshumanización de las relaciones sociales, la imperiosa desacralización de la historia, y la necesidad del amor y la comprensión del otro, respectivamente. Y a diferencia de otras ediciones del festival, esta vez todos los espectáculos dialogaron políticamente con el espectador. ¿Eso es pobreza? ¿Es pobreza entonces que el espectador salga pensando de la sala? ¿O uno no sale pensando después de ver las obras argentinas TREN, NURSING. ELEMENTAL. MANUAL DE PROCEDIMIENTOS, BODY ART o CARIÑO YACARÉ?


Muy interesante su blog. ¡Adelante!
ResponderEliminarMuchas gracias Zippo. Siempre para adelante, y con la intención de mejorar.
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