Sicilia es una isla italiana que alguna vez fue un reino. Está al sur del país, allí donde la bota parece un piecito que está por darle un puntín que la mande al África. En Sicilia nació la literatura italiana, el parlamento más antiguo, las revueltas de los fasci italiani, y se acunó la mafia. También es la patria de la Opera dei Pupi, el espectáculo más característico de la cultura siciliana y el más popular durante un siglo y medio, donde grandes y pesadas marionetas cuentan historias de caballeros medievales, santos o bandidos famosos, con escuelas en las ciudades de Catania y Palermo. Palermo, por su parte, es la quinta ciudad más poblada de Italia detrás de Roma, Milán, Nápoles y Turín, y guarda una estructura con restos púnicos, casas Art Nouveau e iglesias barrocas, aunque el centro de la ciudad aún no fue del todo reconstruido tras los bombardeos que tuvieron lugar en la Segunda Guerra Mundial. Y es en Palermo donde la camorra transformó un fenómeno rural en una cuestión citadina.
Pues bien, conviene citar aquí que en Palermo está la Sant’Oliva, la piazza delle buttane, donde las putas se pasean de una punta a la otra y algunas se toman de la mano de sus clientes y se hacen llamar Mishelle. También por allí cerca viven Salvatore y su papá, Gaetano; la mamá de Salvatore se fue hace mucho porque quiso volver al Olympia de París, de donde era primera bailarina. Desde entonces Gaetano la aguarda sentado en una silla y Salvatore, como una Penélope invertida, ovilla la lana que teje las mañanitas de la espera. Gaetano tiene un sueño mientras Salvatore ovilla: que baila la tarantela con su hijo; pero en lugar de tenerlo tomado de la mano lo tiene agarrado de la verga, esa verga que es dueña de todas las conchas de Palermo. Al despertar Gaetano le da la espalda a Salvatore. Salvatore lo avergüenza. Salvatore es puto. Y le han dicho que un cine porno para putos Salvatore se hace tomar de la mano por otro hombre a quien le pide que lo llame Mishelle. Mishelle es el nombre de su mamá. Salvatore nunca fue un buen bailarín, su papá lo superaba. Salvatore sueña con aprender a bailar en los zapatos de su papá para ganarle y no tener que limpiarle el culo y no tener que travestirse para parar la olla. Y Gaetano le pide que le quite el candado a la muerte para que caiga del techo. Pero nunca va a colgarse de la horca. Si se cuelga su peso muerto a lo mejor se lleva puesto el cielo.
MISHELLE DI SANT’OLIVA es una obra de teatro que se presenta en el FIBA hasta el viernes 9. Quizás se quede anclada aquí como tantos sicilianos quedaron anclados en Buenos Aires, algunos de ellos tan cerca del Teatro de la Ribera donde la obra se ofrece y en algún conventillo donde hoy se desarrollen historias similares, aunque en un barrio de La Boca con otros inmigrantes. Es una obra donde no importa tanto la palabra sino que importa la voz, una voz que se arranca como aullido lastimero o como risa asordinada del cuerpo devastado de esos hombres, dos hombres que no pueden ser machos porque no son animales, aunque se muevan como animales, como animales viejos, como animales heridos, como marionetas de un destino tan cruel como la desesperación. Emma Dante, como autora y directora, evitó los arquetipos de la miseria para hablarnos sobre la dignidad y la redención. En esta obra los apuntes que hacíamos en el primer párrafo son tan palpables como en una crónica periodística pero con la aspereza de la vida que se vive y la belleza de las ilusiones: aunque el lugar esté en ruinas queda el recuerdo de la felicidad para entender el presente, un presente separado por cortinas y una felicidad que se persigue sin levantarse de la silla, jugando a la carrera para ver quién la alcanza primero, si el padre recuperando a su esposa o el hijo recuperando a su padre. Y el cuerpo de los actores es la escenografía de la obra, las piedras y los rincones de esa calle, la Sant’Oliva, que se los traga sin amor ni compasión.
Y si de dignidad y redención se trata baste nombrar a los actores, Giorgio Li Bassi (Gaetano) y Francesco Guida (Salvatore), para entender lo que esas palabras significan, dos actores que logran en la última escena de la obra (cuando Salvatore ya es Mishelle y besa en la frente a su padre, y su padre lo toma de la mano haciéndolo pasear como si fuera una dama para, sin transición, fundirlo en un abrazo) superar la frontera del teatro. Es que en ese abrazo humano no hay ficción posible. El hijo de Gaetano se llama como su propio padre y como su abuelo, Salvatore, y es de lo único que puede aferrarse Gaetano, y es lo único que nos queda a nosotros para comprender que al hombre le queda el hombre para salvarse del naufragio.
MISHELLE DI SANT’OLIVA, de y dirigida por Emma Dante. Producción: Compañía Sud Costa Occidentale. Diseño de Espacio y Vestuario: Emma Dante. Diseño de Iluminación: Irene Maccagni. Intérpretes: Giorgio Li Bassi y Francesco Guida. Teatro de la Ribera.
Pues bien, conviene citar aquí que en Palermo está la Sant’Oliva, la piazza delle buttane, donde las putas se pasean de una punta a la otra y algunas se toman de la mano de sus clientes y se hacen llamar Mishelle. También por allí cerca viven Salvatore y su papá, Gaetano; la mamá de Salvatore se fue hace mucho porque quiso volver al Olympia de París, de donde era primera bailarina. Desde entonces Gaetano la aguarda sentado en una silla y Salvatore, como una Penélope invertida, ovilla la lana que teje las mañanitas de la espera. Gaetano tiene un sueño mientras Salvatore ovilla: que baila la tarantela con su hijo; pero en lugar de tenerlo tomado de la mano lo tiene agarrado de la verga, esa verga que es dueña de todas las conchas de Palermo. Al despertar Gaetano le da la espalda a Salvatore. Salvatore lo avergüenza. Salvatore es puto. Y le han dicho que un cine porno para putos Salvatore se hace tomar de la mano por otro hombre a quien le pide que lo llame Mishelle. Mishelle es el nombre de su mamá. Salvatore nunca fue un buen bailarín, su papá lo superaba. Salvatore sueña con aprender a bailar en los zapatos de su papá para ganarle y no tener que limpiarle el culo y no tener que travestirse para parar la olla. Y Gaetano le pide que le quite el candado a la muerte para que caiga del techo. Pero nunca va a colgarse de la horca. Si se cuelga su peso muerto a lo mejor se lleva puesto el cielo.
MISHELLE DI SANT’OLIVA es una obra de teatro que se presenta en el FIBA hasta el viernes 9. Quizás se quede anclada aquí como tantos sicilianos quedaron anclados en Buenos Aires, algunos de ellos tan cerca del Teatro de la Ribera donde la obra se ofrece y en algún conventillo donde hoy se desarrollen historias similares, aunque en un barrio de La Boca con otros inmigrantes. Es una obra donde no importa tanto la palabra sino que importa la voz, una voz que se arranca como aullido lastimero o como risa asordinada del cuerpo devastado de esos hombres, dos hombres que no pueden ser machos porque no son animales, aunque se muevan como animales, como animales viejos, como animales heridos, como marionetas de un destino tan cruel como la desesperación. Emma Dante, como autora y directora, evitó los arquetipos de la miseria para hablarnos sobre la dignidad y la redención. En esta obra los apuntes que hacíamos en el primer párrafo son tan palpables como en una crónica periodística pero con la aspereza de la vida que se vive y la belleza de las ilusiones: aunque el lugar esté en ruinas queda el recuerdo de la felicidad para entender el presente, un presente separado por cortinas y una felicidad que se persigue sin levantarse de la silla, jugando a la carrera para ver quién la alcanza primero, si el padre recuperando a su esposa o el hijo recuperando a su padre. Y el cuerpo de los actores es la escenografía de la obra, las piedras y los rincones de esa calle, la Sant’Oliva, que se los traga sin amor ni compasión.
Y si de dignidad y redención se trata baste nombrar a los actores, Giorgio Li Bassi (Gaetano) y Francesco Guida (Salvatore), para entender lo que esas palabras significan, dos actores que logran en la última escena de la obra (cuando Salvatore ya es Mishelle y besa en la frente a su padre, y su padre lo toma de la mano haciéndolo pasear como si fuera una dama para, sin transición, fundirlo en un abrazo) superar la frontera del teatro. Es que en ese abrazo humano no hay ficción posible. El hijo de Gaetano se llama como su propio padre y como su abuelo, Salvatore, y es de lo único que puede aferrarse Gaetano, y es lo único que nos queda a nosotros para comprender que al hombre le queda el hombre para salvarse del naufragio.
MISHELLE DI SANT’OLIVA, de y dirigida por Emma Dante. Producción: Compañía Sud Costa Occidentale. Diseño de Espacio y Vestuario: Emma Dante. Diseño de Iluminación: Irene Maccagni. Intérpretes: Giorgio Li Bassi y Francesco Guida. Teatro de la Ribera.
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