Un agujero negro es una región del espacio-tiempo formada por una altísima concentración de masa en su interior, lo que, al aumentar su densidad, provoca tal campo gravitatorio que no pueden escapar de esa región ni las partículas materiales ni tampoco los fotones de luz, quedando suspendidos en un horizonte de sucesos. Palabras más, palabras menos, las definiciones sobre el tema dicen algo similar: en los agujeros negros se acaba la progresión de la vida porque la curvatura espacio-temporal se mueve en infinitos círculos eternos. ¿Siempre sucede lo mismo? Así parece. Y lo peor es que quizás estemos metidos en uno y ni siquiera nos dimos cuenta. Es esto u otra cosa, pero siempre es igual, así de relativo es todo, así de efímero e imperecedero, tal vez desesperante para un observador externo. Pero ¿quién nos puede observar desde afuera de un agujero negro? ¿Otro como nosotros que ha descubierto un mundo detrás de un espejo?
Pongamos por caso que el mundo paralelo se reduce al mercado de una estación de servicio en el centro exacto de los Estados Unidos hacia los años ’70, un mundo que alguien circunda a pie dentro del espejo y que al vernos observarlo nos lo va develando. Peggy atiende el mercado y también atiende por teléfono a su amiga Maggie cuando Mack, el policía, quiere invitarla al cine, mientras el encuestador pide dos cafecitos aunque está solo, Brenda entra corriendo al baño, Paulie deletrea Mississippi para hacerse el gracioso, Mahoney quiere una piña colada y Roberto, el cocinero estrella de televisión, se da un toque de coca en el lavatorio. Sobre el mostrador dos delfines constantemente le pegan con el hocico a una pelota, y el reloj en la pared avanza inexorable. Son los seres inanimados los que mantienen el movimiento perpetuo; está visto que el ser humano no puede mantener su identidad durante mucho tiempo pese a que las situaciones sean siempre las mismas: por hache o por be siempre queremos ser el otro. Algo tiene que cambiar, si no es muy posible que ese mundo estalle en mil pedazos, así sea robar el mercado, llorar por el amor del otro, o morirse. Variaciones leves de ritmo y de situación van enrareciendo esa escena inicial; estas variaciones nos causan gracia por la subversión del modelo original, pero a medida que el tiempo pasa y la situación se enrarece sin remedio la carcajada es franca porque entramos en el terreno del absurdo, donde la comicidad se produce por ir un paso más adelante que la realidad. Antes que la pieza se transforme en un juguete escénico un viejo con un bidón de nafta aparece para destrozar la lógica. Como veremos el viejo es un verdugo. Y sus breves apariciones con el mameluco rojo son determinantes para que la risa se suspenda hasta esfumarse y para que un gesto desasosegado primero, temeroso después, se instale en nosotros y no nos abandone. Todo puede terminar, pero no es eso lo más importante: si empieza otra vez no seremos capaces de modificarlo.
ČERNÁ DÍRA, creación del grupo Doyle Doubt de la compañía Dejvické Divadlo de Praga, República Checa, probablemente sea una de las piezas que mayor huella deje luego de su paso por el FIBA, no porque sea un excelente modelo de teatro o una hilarante comedia lunática y nada más, sino porque será una de las que mayor cantidad de ideas siembre en la memoria del espectador, ideas que probablemente luego aplicará como preguntas en su vida cotidiana. ¿Será que los países de Europa del Este piensan distinto porque tienen más historia? A lo mejor, quién sabe. O a lo mejor piensan en forma más profunda acerca del hombre y su circunstancia, acerca de los íconos que la humanidad idolatra o de los modelos que la humanidad persigue como quimeras para tener una vida más previsible, más deshumanizada. Es que somos así de contradictorios, qué tanto, tan contradictorios como la realidad que nos toca vivir en este agujero negro que tenemos por mundo. En relación a esto último, lo del agujero negro que tenemos por mundo, ¿cuándo podremos volver a ver a todos estos estupendos actores checos otra vez? Aunque no es lo mismo, un aliciente nos lo da el cine: Ivan Trojan y David Novotný (Mahoney y Mack el policía, respectivamente) protagonizan una versión de Los hermanos Karamazov dirigida en 2008 por Petr Zelenka. Les identifico a los otros actores para que no los olviden: Simona Babcáková es Peggy, Martha Issová es Brenda, Martin Mysicka es el encuestador, Václav Neužil es Paulie, Jaroslav Plesl es Roberto, y Petr Koutecký es el viejo del bidón de nafta. El olvido es parte de los agujeros negros; si logramos evitar que pase a la masa quizás siempre tengamos memoria para ciertas cosas.
Pongamos por caso que el mundo paralelo se reduce al mercado de una estación de servicio en el centro exacto de los Estados Unidos hacia los años ’70, un mundo que alguien circunda a pie dentro del espejo y que al vernos observarlo nos lo va develando. Peggy atiende el mercado y también atiende por teléfono a su amiga Maggie cuando Mack, el policía, quiere invitarla al cine, mientras el encuestador pide dos cafecitos aunque está solo, Brenda entra corriendo al baño, Paulie deletrea Mississippi para hacerse el gracioso, Mahoney quiere una piña colada y Roberto, el cocinero estrella de televisión, se da un toque de coca en el lavatorio. Sobre el mostrador dos delfines constantemente le pegan con el hocico a una pelota, y el reloj en la pared avanza inexorable. Son los seres inanimados los que mantienen el movimiento perpetuo; está visto que el ser humano no puede mantener su identidad durante mucho tiempo pese a que las situaciones sean siempre las mismas: por hache o por be siempre queremos ser el otro. Algo tiene que cambiar, si no es muy posible que ese mundo estalle en mil pedazos, así sea robar el mercado, llorar por el amor del otro, o morirse. Variaciones leves de ritmo y de situación van enrareciendo esa escena inicial; estas variaciones nos causan gracia por la subversión del modelo original, pero a medida que el tiempo pasa y la situación se enrarece sin remedio la carcajada es franca porque entramos en el terreno del absurdo, donde la comicidad se produce por ir un paso más adelante que la realidad. Antes que la pieza se transforme en un juguete escénico un viejo con un bidón de nafta aparece para destrozar la lógica. Como veremos el viejo es un verdugo. Y sus breves apariciones con el mameluco rojo son determinantes para que la risa se suspenda hasta esfumarse y para que un gesto desasosegado primero, temeroso después, se instale en nosotros y no nos abandone. Todo puede terminar, pero no es eso lo más importante: si empieza otra vez no seremos capaces de modificarlo.
ČERNÁ DÍRA, creación del grupo Doyle Doubt de la compañía Dejvické Divadlo de Praga, República Checa, probablemente sea una de las piezas que mayor huella deje luego de su paso por el FIBA, no porque sea un excelente modelo de teatro o una hilarante comedia lunática y nada más, sino porque será una de las que mayor cantidad de ideas siembre en la memoria del espectador, ideas que probablemente luego aplicará como preguntas en su vida cotidiana. ¿Será que los países de Europa del Este piensan distinto porque tienen más historia? A lo mejor, quién sabe. O a lo mejor piensan en forma más profunda acerca del hombre y su circunstancia, acerca de los íconos que la humanidad idolatra o de los modelos que la humanidad persigue como quimeras para tener una vida más previsible, más deshumanizada. Es que somos así de contradictorios, qué tanto, tan contradictorios como la realidad que nos toca vivir en este agujero negro que tenemos por mundo. En relación a esto último, lo del agujero negro que tenemos por mundo, ¿cuándo podremos volver a ver a todos estos estupendos actores checos otra vez? Aunque no es lo mismo, un aliciente nos lo da el cine: Ivan Trojan y David Novotný (Mahoney y Mack el policía, respectivamente) protagonizan una versión de Los hermanos Karamazov dirigida en 2008 por Petr Zelenka. Les identifico a los otros actores para que no los olviden: Simona Babcáková es Peggy, Martha Issová es Brenda, Martin Mysicka es el encuestador, Václav Neužil es Paulie, Jaroslav Plesl es Roberto, y Petr Koutecký es el viejo del bidón de nafta. El olvido es parte de los agujeros negros; si logramos evitar que pase a la masa quizás siempre tengamos memoria para ciertas cosas.
ČERNÁ DÍRA / EL AGUJERO NEGRO, de Doyle Doubt. Dramaturgia: Eva Suková. Dirigida por Jirí Havelka. Diseño de escenografía: Dáda Nemecek Diseño de vestuario: Dáda Nemecek y Lucie Masnerová. Intérpretes: Simona Babcáková, Martha Issová, Petr Koutecký, Martin Mysicka, Václav Neužil, David Novotný, Jaroslav Plesl, Ivan Trojan. Teatro Sarmiento.
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